viernes, 1 de enero de 2010

SEMBLANZA DEL POETA ADRIANO DEL VALLE


SEMBLANZA DEL POETA ADRIANO DEL VALLE (*)

Era sevillano, como los hermanos Machado y como tantos otros buenos poetas que dio esta tierra de María Santísima. Nació el 18 de enero de 1895, o sea, tres años antes de que España diera por perdidas las últimas parcelas del imperio. Por línea paterna era de origen asturiano ya que su padre había nacido en el pueblo marinero de Tazones donde en 1517 desembarcó Carlos V, pisando por primera vez suelo español. Adriano del Valle Rossi, de origen franco-italiano por línea materna, tuvo que abandonar sus estudios a la edad temprana de dieciséis años para ayudar a su padre en su empresa de fabricación de juguetes. «Pero su inquietud literaria que era ya por entonces muy clara nos dice su hijo, le inclinaba a leer continuamente. En uno de sus muchos viajes en tren, Adriano encontró algo que para él sería importantísimo: un libro de poesías de Rubén Darío, Cantos de Vida y Esperanza»[1]. Así pues, muy joven se iniciaría como lírico fundando, en 1918, con su viejo amigo el poeta Isaac del Vando-Villar, la revista sevillana de literatura Grecia, con la intención renovadora y vanguardista de sincronizar con el momento cultural europeo. Llegó a ser una de las revistas más importantes de España y, sobre todo, pionera en las audacias poéticas del ultraísmo. En el primer número colaboran Federico García Lorca, Antonio Aristoy, Adolfo Carretero, incluso Jorge Luis Borges y su hermana Norah Borges con sus grabados y con quien al parecer el poeta inició un noviazgo y a quien más tarde, en su Poema Sideral a Norah Borges, le dedicaría estas palabras: «A Norah Borges Acevedo que cabalgó junto a mi corazón durante tantas noches inolvidables»[2]. En posteriores números vendrían las firmas de Vicente Huidobro, Eugenio Montes, Gerardo Diego, etc. La revista era quincenal y llegaron a publicarse cincuenta números. a su aparición, el poeta recibió una carta de Miguel de Unamuno que decía: «Mi querido Adriano: Grecia en Sevilla, bajo la advocación de Rubén Darío, puede ser una cosa invertebrada y cursilaginosa. A Rubén Darío la faltó, le abandonó, su Nicaragua natal. A ustedes les faltará, les abandonará Sevilla»[3].

En 1927 funda con Rogelio Buendía y Fernando Villalón (agricultor y ganadero que conoció al poeta en la época en que éste recorría España como representante de una fábrica de maquinaria agrícola), la revista onubense Papel de Aleluyas que editó seis números en Huelva y uno en Sevilla, aunque otras informaciones dicen que son cuatro los números que aparecen en Huelva y tres en Sevilla. Fueron sus principales colaboradores: Rafael Alberti, Gerardo Diego, Eugenio d’Ors, Luis Cernuda, y un largo etc. Según cuenta Adriano del Valle, hijo, Fernando Villalón tuvo un eclosión poética tardía y le entró la taquicardia de la poesía cuando su gran patrimonio familiar periclitaba entre el incesante trajín de sus faenas agrícolas. A su muerte, en Madrid el 8 de marzo de 1930 a los 49 años de edad, lejos de su querida Sevilla, Adriano del Valle, que se encontraba en Lisboa en el momento de la muerte de su amigo, le dedicó un poema que años después repetiría publicándolo en la revista falangista Vértice[4]. El poema llevaba por título Romance a la muerte de Fernando Villalón. Más tarde lo incluyó en Arpa fiel, con el título A Fernando Villalón, y, posteriormente, el hijo del poeta lo reproduciría bajo el título En la muerte de Fernando Villalón:

En tu pico, telegrama,
¿traes la oliva de la paz?
Paloma azul, ¿qué noticia
hacia mí te empujará,
orientándote, anillada,
por cielos de Portugal?

Villalón murió en España,
dice la nueva fatal.
Murió como un buen torero;
si no en cama de hospital,
en mesa de operaciones
de níquel blanco y cristal.
No de cornada de toro;
cornada de enfermedad.
Un ángel bueno entre nubes,
sus ojos bajó a cerrar,
envuelto en luz de quirófano
en su anunciación mortal.

Fernando murió muy lejos
del Guadalquivir natal,
río de taurinos peces
que, en garrochas de cristal,
dando el salto del trascuerdo,
saltan el testuz del mar.

¡Qué mano izquierda tenía
en faenas de amistad!
¡Qué inteligencia en la brega!
¡Quién lo había de esperar
tan pronto, cuando cambiaba
la seda por el percal!

¡Doblad, que murió Fernando,
vaca, añojo, utrero, eral…!
¡Que formen vuestros cencerros
un doble de funeral,,
funeral de toros bravos
que lloran su mayoral!
[5]

De nuevo dedicaría a su íntimo amigo un largo poema titulado Elegía a Fernando Villalón que recoge su Obra poética. Habría también una en prosa titulada Fernando Villalón, héroe de arpa y garrocha, y un artículo publicado en el semanario falangista El Español, el 16 de enero de 1943, que tituló Historia de un soneto taurino de Fernando Villalón. El poeta de los toros.

En 1933 por su obra Mundo sin tranvías, y que años más tarde, en 1940, desde Argentina, Ramón Gómez de la Serna, recordaría en un artículo homenaje al poeta sevillano que lo concluye así: «¡Admirable Adriano del Valle, poeta que no se ha manchado!». En 1945, vuelve Gómez de la Serna a ocuparse del vate dedicándole una semblanza: «En la hora lejana de la revista Grecia o quizás antes sí, antes, apareció ante mis ojos ese nombre de adolescente perennal, de liróforo sin vejez, de benjamín poético. Adriano del Valle aparecía en nuestra vista como si fuese recóndito cazaflores en su propio valle, y nos llegaban poesías de él, misivas, artículos de crítica entusiasta, aquellos en que más se nos ensalzó como no se nos volvió a ensalzar jamás…»[6]. Ese mismo año de 1933 le conceden el premio de poesía «Sánchez Bedoya», de la Real Academia de Bellas Letras de Sevilla. premio que volvió a obtener en 1937 con el texto titulado Romances en honor de la Inmaculada.

En plena guerra civil colabora fervorosamente con el nuevo régimen a través de los servicios de Prensa y Propaganda que desde Burgos encarrila y dicta Dionisio Ridruejo. Adriano del Valle se encontraba en Sevilla y aquí escribe en el diario falangista F.E.[7] que dirige Tomás Borrás quien sentía por él una enorme admiración y de quien además decía que asociaba las ideas y las mandaba a paseo, que pescaba imágenes y, ya el pez en la mano, lo transformaba «en un pájaro que guiña el ojo; tan pronto eres serio conceptista de antiparras, como pilluelo que da una voltereta; melódico, áspero, al sesgo, de bulto, al trasluz, Júpiter y cisne. ¡Permanente metamorfosis! Y un acento insistente, siempre ese acento, el popular, como el del cante andaluz»[8]. Por ese mismo tiempo, verano de 1937, aparecieron por Roma los primeros españoles que llevaban noticias directas y vividas de la guerra y que el Duce había invitado a pasar un tiempo de descanso en Italia: «A la expedición, que salió en un barco de Sevilla, se unieron Adriano del Valle, Ernesto Giménez Caballero y Manuel Díaz Crespo. Fueron para mí dice César González Ruano días de alegría, en los que todo fue hablar de España y de nuestras cosas. Adriano venía triunfal con un mono arbitrario, como de héroe del aire, lleno de flechas y de águilas…»[9]. En Sevilla recibió con el mayor dolor, «sin duda para él, la muerte, el asesinato de su querido y admirado amigo Federico [García Lorca]»[10] de quien conservaba con cariño la dedicatoria que le había puesto en un ejemplar del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías: «A mi viejo amigo Adriano, poeta Rossi, esta elegía que nunca me hubiera gustado escribir». Después, en 1938, Adriano del Valle dedicó un soneto al poeta de Granada que tituló: En la muerte de Federico García Lorca:

En la ruleta azul del torbellino
dilapidó el perfume de la rosa;
quiso ignorar si fue la mariposa,
si fue el ave o el pez autor del trino.

Si molturó el paisaje en su molino
vertiendo, traductor, el río en prosa,
al sauce que entre líquenes reposa
le hizo creerse un árbol cristalino.

El epitafio se lo puso el viento
en las cenizas. Llanto inconsolable,
con pétalos de alivio, el crisantemo

deshoja en funerario monumento.
¡Mirad la luna allí! ¡Tendedle un cable!
¡La luna se lo lleva a vela y remo
![11]

Era una vieja amistad la que sostenían ambos poetas andaluces. El autor del Romancero gitano le había enviado su libro Impresiones y paisajes, con la siguiente dedicatoria: «A mi amigo Adriano, el poeta que en la dafneforias modernas lleva su rama de laurel y mira apasionadamente a Rubén, el maravilloso, que, con la corona de oro y el soberbio manto, hace de Dafnéforo. Cariñosamente, Federico. Hoy, 3 de junio de 1918, con mucho sol y mucha melancolía»[12] .

Adriano del Valle decide a publicar, en 1940, su primer libro asequible al gran público y que es presentado por la Colección Azor que dirigía el falangista Félix Ros. Sus dos anteriores: Lyra sacra y Primavera portátil, el primero publicado en una edición para bibliófilos, y el segundo en 1934 editado por Amigos del Libro de Arte; eran ediciones limitadísimas, casi clandestinas e inasequibles. Los gozos del río, que publica ahora, cuando ya su autor se había convertido en una de las voces más encendidas del nuevo régimen, recoge los poemas escritos entre los años 1920 y 1923. La edición sale, a modo de prólogo, con un artículo de Eugenio Montes que había aparecido en el diario La Nación de Buenos Aires y que entre otras cosas decía: «No existe ni en porcelanas chinas, ni en tapices persas, nada tan bonito, tan delicado y tan leve como la poesía de Adriano. Oíd este cuclillo en el rabel de un trébol»:

Pastora, tora, tú tienes
rebaños, baños, de ovejas.
Yo taño, taño, mi trébol
roto, roto, en la arboleda
dedales, dales, de plata,
y en raso, rosa, con perlas,
pespuntes, puntes de agujas
con sartas, sartas, de estrellas.
Bastidores, dores, tienes,
y tienes, tienes, tijeras
que abiertas, biertas, parecen
volando, lando, cigüeñas.
Tijeras, jeras, que cortan
los vientos, vientos, que vuelan
bordados, dados, los vientos
de blancas, blancas, cigüeñas
[13].

Este mismo año, Adriano del Valle se reúne en el Museo de Arte Moderno (edificio de la Biblioteca Nacional) con la tertulia Musa Musae, donde estaban, entre otros, Rafael Sánchez Mazas y Manuel Machado, que vino a decir en la primera sesión de la tertulia: «La poesía se reduce a llamar divinas a las cosas, a buscarles queriendo o sin querer su destello de divinidad, su partícula celeste, su razón inexplicable de amor…»[14]; José María Alfaro, Dionisio Ridruejo, José María de Cossío, etc. «Musa Musae pretendía revivir el tono arbitrario y locuaz de la conversación literaria renacentista y ser, tras tres años de violencia, el reencuentro del escritor con su condición de diletante y creador de belleza»[15].

Colaboraría también en el primer número de la revista Escorial que aparece en noviembre de 1940. La revista era una idea personal del grupo falangista universitario que lo formaban Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar. Los dos primeros fueron, respectivamente, director y subdirector de la nueva publicación; actuando como secretarios de redacción el poeta Luis Rosales y el crítico Antonio Marichalar. El equipo procedía de la prematura experiencia de Jerarquía la revista negra de Falange, pero «con el paso de los años ha limado retóricas y Escorial, al revés que su antecesora, se convirtió muy pronto en el perdido hogar de una literatura y en el punto de cita en el que un público, minoritario pero importante, pudo al fin reconocer la herencia de las grandes revistas culturales de anteguerra»[16]. El poema que publicó Adriano, compuesto por siete décimas, lo tituló Al atavio de una dama española:

Blanca azucena embriagante
que sus pétalos deshoja,
blanca mano que, hoja a hoja,
su olor clausura en un guante.
Pétalos que en piel de ante
acomodan su aposento;
y el celestial instrumento
de diez uñas virtuosas
para embriagar a las rosas
pulsando el arpa del viento
.[17]

En 1940 , los jerarcas falangistas Sancho Dávila y Pedro Gomero del Castillo, le nombran para dirigir la revista Mástil. Revista Nacional de las Organizaciones Juveniles. En 1942 le conceden el Premio Nacional de Literatura «José Antonio Primo de Rivera» 1941, por su libro poético Arpa Fiel. Con la misma obra, que tuvo en la primera edición una tirada de cien ejemplares para bibliófilos, también ganaría, al año siguiente, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española de la Lengua. Antes de que le concedieran el Premio Nacional de Literatura «José Antonio Primo de Rivera», Dámaso Alonso publicó un artículo sobre la obra de Adriano titulado Barroquismo de hoy en la poesía de Adriano del Valle que vio la luz el 5 de noviembre de 1941 en el número 3 de la revista Santo y Seña y que le valió, dado el enorme prestigio del autor, para que al poeta le concedieran el premio. En ediciones posteriores, el autor de Arpa Fiel incorporaría el artículo de Dámaso Alonso a su libro, así como también tras el título aparecen los premios otorgados. Recoge, en primer lugar, su fidelidad a España donde incluye el soneto Epitafio a José Antonio dedicado al fundador de Falange, y que ya había sido publicado, en 1939, en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera:

Cisne fue. Cisne esbelto que agoniza
y mueve estrellas conmoviendo el aire,
derrumbando las alas de los pájaros
y en ceniza derrumbando el fuego.

Vivió, clamó y murió verticalmente,
cambiando con el plomo la sonrisa.
Y conmovida en lágrimas la noche
al alba lo encontró, muerto, a sus plantas.

Su sangre ya salpica las estrellas.
Su sangre enturbia el rumbo de los peces.
Donde su cuerpo, fulminado, yace,

su fuente es acueducto de la Patria
con la cal destilada de sus huesos
fundadores de rosas y laureles.


Viene después su fidelidad a María, A la pura y limpia Concepción de María que comenzaba con estos versos: Ángeles y serafines / -la adolescencia del Cielo- / tocan motetes, maitines, /entre las nubes, jardines / que pasan aprisa, al vuelo… A continuación su fidelidad a Italia comenzando por Roma: Todos los acueductos van a Roma, / llevando agua caudal a sus fontanas, / entre tumbas gentiles y cristianos, / catacumbas, cipreses y carcoma… Fidelidad a la mujer: Guantes, cruz escapulario / flores, bastidor, chapines, / risas cuando no maitines, / novios cuando no breviario… Fidelidad a la poesía con un recuerdo especial a Garcilaso de la Vega: Camina Garcilaso, deslumbrado, / orillando los húmedos verdores, / de un Tajo que refleja en resplandores / a un mágico Toledo arrebolado…, y a Gustavo Adolfo Bequer: Paciendo está la lluvia en el sembrado, / paciendo está y rumiando trebolares, / lavando el majadal con azahares, batidos de aguacero y sol mojado... Y termina con su fidelidad a los amigos, en especial a Eugenio Montes, mozo gaitero, / que traes orbayo de tu país, / parvo repique sobre un pandero, / vientos forales sobre el maíz…Este año también es nombrado director la revista cinematográfica Primer Plano. Al año siguiente ganaría el premio «Mariano de Cavia» por su artículo Stella Matutina, inspirado en la Semana Santa de Sevilla.

Cuando en 1945 se publica Ofrenda lírica a José Luis de Arrese en el IV año de mando, en honor al que en ese momento era ministro secretario general de Movimiento. Adriano del Valle participa en esa ofrenda junto con Eugenio d’Ors, José García Nieto, José María Alfaro, Manuel Machado, Gerardo Diego, Eduardo Marquina y otros. Dicen sus dos tercetos finales:

Numen, semilla y flor de arquitectura,
-¡oh torre soleada en el invierno!-
tu Gibralfaro allí, tu alto castillo…

Y abajo, en la Falange adusta y dura,
como el Justo a la diestra del Eterno,
aquí está a la diestra del Caudillo.


A la muerte de Manuel Machado, José María Pemán, entonces director de la Real Academia Española, ofrece a Adriano del Valle presentar su candidatura para ocupar el sillón que había quedado vacante. Pero del Valle rehusó porque pensaba que siendo director de la revista Primer Plano y delegado para España del Anuario Financiero del Banco de Vizcaya, obligado por tanto a visitar despachos comerciales, no quería que en sus tarjetas figurase, quizá en un excesivo criterio de pureza, el honroso título de la «Real Academia Española».

Adriano del Valle fallece en Madrid el 1 de octubre de 1957. Fue amortajado con el hábito de monje mercedario y su hijo nos relata lo ocurrido instantes después de su fallecimiento: «Tuvo, mi padre, una muerte ejemplar y cristiana. En el momento de ocurrir yo, que me encontraba a su lado, presencié una serie de extraños fenómenos. Una Virgen de Fátima, que le había traído de Portugal su amiga la actriz Elena Espejo, se cayó de la mesita de noche al suelo, quedó de pie y empezó a sonar su clásica música. Al mismo tiempo, se abrió el gran ventanal de su habitación, flamearon los visillos, y penetró o salió un suave viento a la vez que comenzó a nevar, a caer grandes copos como nunca yo había visto antes»[18]. Con la desaparición de Adriano del Valle muere un buen poeta, además de un prosista, articulista, pintor ocasional, autor de una considerable obra plástica en forma de collages que representaban para él un descanso mental y que aparecen en periódicos y revistas como Primer Plano, El Español, Garcilaso, Cántico… etc. Fue enterrado en el cementerio de San Justo y sobre su tumba se puede leer este epitafio que el mismo poeta dejó escrito:

¡Dios me otorgue el merecerte,
oh Virgen de la Merced!
Dándome postrera suerte
para que sacies mi sed
en la hora de mi muerte
.[19]

JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

(*) Artículo publicado en la revista Altar Mayor nº 113, marzo-abril 2007


[1] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: Adriano del Valle, mi padre. Editorial Renacimiento, 2006, pág. 33.
[2] Catálogo de la exposición Adriano del Valle (1895-1957). Fundación El Monte y Consejería de Educación y Cultural de la Comunidad de Madrid, 1995, págs. 179-192. En una declaraciones posteriores que hace el hijo del poeta al diario ABC de Sevilla, el 1 de octubre de 2006 página 29, dice: «De Norah mi padre me contaba que él fue el primero que la descubrió en Sevilla y siempre reclamó la gloria de aquel afortunado encuentro». En realidad, estas palabras no son si no repetición de las que escribió el propio poeta: «Yo fui quien descubrió a Norah Borges en Sevilla. Reclamo para mi toda la gloria por el feliz hallazgo de aquella hermosísima perla intelectual…».
[3] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: op. cit., pág. 46.
[4] Esta revista se publicaba todos los meses desde abril de 1937. Finalizó, tras haber editado 81 números, en 1946. Fue su primer director Samuel Ros, le sustituiría Manuel Halcón, y, por último, José María Alfaro.
[5] Revista Vértice , nº XVI, noviembre 1938
[6] GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN: Nuevos retratos contemporáneos y Otros retratos. (2º edición) Aguilar. Madrid, 1990, pág. 119
[7] Citado por la catedrático MECHTHILD ALBERT, en Vanguardistas de camisa azul. Visor Libros. Madrid, 2003, pág. 76
[8] Recogido por GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN, en op. cit., pág. 132
[9] GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias. Tebas. Madrid, 1979, pág. 417
[10] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO, op. cit., pág. 217
[11] Ibíd. Al reproducir este soneto, el hijo del poeta nada nos dice dónde y cuándo fue publicado por vez primera.
[12] RAIDA, PEDRO: Semblanzas de hombres intensos de la letras y artes de España. El poeta Adriano del Valle. Madrid, 1957, pág. 62
[13] DEL VALLE, ADRIANO: Los gozos del río (1920-1923). Editorial Apolo. Barcelona, 1940, págs. 5 y 6
[14] Citado por J(uan) A(ntonio) de Z(unzunegui) en la revista Vértice, 28 de enero de 1940.
[15] MAINER, JOSÉ CARLOS: Falange y Literatura. Antología. Editorial Labor, S.A. Barcelona, 1971, pág. 47
[16] Ibíd., pág. 53
[17] Revista Escorial. Madrid, noviembre, 1940, pág. 83.
[18] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: op. cit., pág. 347
[19] Ahora quisiera lamentar los numerosos olvidos de Adriano del Valle Hernández, hijo del poeta y autor de un libro sobre su padre, donde no constan una serie de hechos que le vinculan muy estrechamente con el nuevo régimen español, por ejemplo: refiriéndose al Premio Nacional de Literatura, que ganó en 1941, suprime deliberadamente el nombre de «José Antonio Primo de Rivera» que era como así se llamaba el galardón obtenido y como además así figura en la portada del libro a partir de la 2ª edición; tampoco señala que Adriano fue uno de los colaboradores de la Corona de sonetos en honor de José Antonio; entre las ilustraciones que acompañan al texto olvida la fotografía que publicamos en este artículo donde se ve claramente al poeta luciendo en la solapa el yugo y las flechas insignia de Falange Española de las JONS; otro tanto sucede con su olvido respecto de las condecoraciones que, como la Medalla de Campaña (1941) y la Orden de Cisneros (1945), le fueron concedidas por Franco a quien el poeta había dedicado tiempo antes palabras tan elogiosas como éstas: «España, la España católica que fue salvada del cautiverio rojo por la espada victoriosa de Franco…». Tal vez, semejantes olvidos se deban a la ignorancia del autor del libro, hipótesis preferible antes de pensar que se trata de una muestra de sectarismo político, e incluso de una falta de respeto a la memoria íntegra de su progenitor: en todo caso, olvidos imperdonables de un hijo que según parece se avergüenza de todo ello.

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