lunes, 18 de enero de 2010

¿SE PUDO SALVAR A JOSÉ ANTONIO? (I)

¿SE PUDO SALVAR A JOSÉ ANTONIO? (I) (*)
Como prometimos damos la réplica al artículo de Ricardo Fernández Coll "Richi" sobre los intentos de rescate de José Antonio. Para ello cedemos gustosamente el puesto a un historiador de amplia reputación: José Mª García De Tuñón Aza, que nos honra con esta su primera colaboración.
Dada la amplitud del artículo la publicamos fraccionado en dos partes.
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Hace algunos días leía un artículo en la revista digital MEMÓRIAZUL que, bajo el título Pudo Franco salvar a José Antonio?, firmaba Ricardo Fernández Coll. Al final del mismo su autor decía que estaba dispuesto a rectificar algunas o todas las cosas «siempre que se me demuestre con documentación fehaciente, no con opiniones o palabras sin aval». Estas últimas palabras me llamaron poderosamente la atención porque él no cumplía lo que, como iremos viendo, exige a los demás. Es decir, el autor no aporta ninguna «documentación fehaciente» y sí se aprovecha de las opiniones y palabras sin aval que él, al parecer, reclama a los demás. En definitiva, vale lo que él escribe, pero no dará crédito a los que discrepamos con la mayoría de las cosas que nos cuentan algunos.
Pero antes de entrar en materia debo referirme a la crítica que hace a los falangistas que, según él, no ven bien a aquellos camaradas que un día «sirvieron en las organizaciones oficiales en vida de Franco». Como no sé qué tiene que ver esto con los intentos de salvar a José Antonio, sólo lo recojo a modo de anécdota añadiendo que siempre ha habido falangistas que vieron bien la actuación de Franco y otros no la han visto tan bien. Creo que ambas cosas son respetables y uno, en mi opinión, no debe ahondar más en esta cuestión porque, por desgracia, hay que reconocer que el nombre de Franco ha servido infinidad de veces para separar más que a unir a los que se consideran falangistas. O como muy bien nos ha recordado el profesor Antonio Brea: «La confusión entre Falangismo y Franquismo había sido letal para el desarrollo del proyecto nacionalsindicalista»[i]. Pero en fin, como esto no es la cuestión, sigamos con el artículo y las aportaciones que el autor, a modo de notario, nos va mostrando en el mismo a lo largo de su extenso artículo.
Cuando comienza a meterse en su razón lo primero que escribe es que en «Alicante existía una fuerte organización nacionalista, que había logrado el rescate de muchas personalidades y su posterior traslado a zona nacional». Entre las personas que cita, es decir, de las que gracias a esta organización consiguen salir de Alicante, da el nombre de Pilar Primo de Rivera, que si se hubiera tomado la molestia del leer el libro de ésta Recuerdos de una vida, habría visto que Pilar logró salir de Madrid con pasaporte argentino y «al pasar por Alicante no pude ir a ver a José Antonio ni a Miguel, porque no podía comprometer a las Embajadas alemana y argentina, que me habían proporcionado el pasaporte, ni a José María Jardón[ii], que se había responsabilizado de mi viaje. Embarqué en un barco de guerra alemán, el Graf Spee»[iii]. De cómo salieron el resto de personas que cita no interesa en este caso porque además ninguno ha dejado escrito nada sobre el particular, pero lo que sí está muy claro es que la hermana de José Antonio no salió de Alicante ayudada por ninguna organización nacionalista como de manera equivocada dice el articulista. Viajó Pilar en tren desde Madrid a Alicante y aquí sin mayor problema, como ella misma nos ha relatado, embarcó en el buque alemán que la llevó hasta Sevilla.
El primer intento en liberar a José Antonio tiene lugar, según el autor, el 3 de septiembre y para demostrarlo «aporta» una «transcripción literal» fechada en Burgos que da comienzo con estas palabras: «Los falangistas Julián Mauricio Carlavilla y Miguel Primo de Rivera, llevan plenos poderes de esta Junta para realizar toda clase de gestiones para conseguir la libertad de nuestro Jefe Nacional José Antonio Primo de Rivera, para lo cual respondemos de los compromisos que adquieran con tal fin». Lo firman Manuel Hedilla y Agustín Aznar. Pero lo que llama más la atención de esta «transcripción» es que aparezca el nombre de Miguel Primo de Rivera cuando éste estaba en la cárcel de Alicante con su hermano. Es cierto que anteriormente citaba a Miguel Primo de Rivera y Cobos de Guzmán y bien pudiera estar refiriéndose a éste, algo que no aclara el autor, porque además, en una especie de totum revolutum, da otra serie de nombres -entre ellos Rafael Garcerán[iv]- que bajo el mando de Agustín Aznar están embarcados en el torpedero alemán Iltis y a los que, por cierto, en ningún momento cita un libro editado en Buenos Aires en 1994[v] que sirvió para que, posteriormente, la revista Interviú[vi] en un alarde de engañar a sus lectores y como exclusiva, publicara un reportaje que tituló: «Hitler quiso liberar a José Antonio». Sobre esta manipulación escribí después un artículo en el periódico Ya[vii] -dirigido entonces por Gustavo Morales-, y en el que, entre otras cosas, hacía ver al lector algún error histórico que contenía el reportaje. Estos errores eran los mismos que habían salido en el libro, lo que demostraba que la información había sido una copia y no una exclusiva como quisieron hacer ver los lectores.
Uno de los argumentos válidos de Fernández Coll para seguir demostrando la intervención de Franco en el rescate de José Antonio, es el que recoge del libro de García Venero: «Apenas constituida la junta de mando, Agustín Aznar articuló un plan que podía llamarse mixto, pues no se descartaba la posibilidad de un golpe de mano sobre la cárcel de Alicante. Tuvo el apoyo de Hedilla, la asistencia de los generales Franco y Queipo de Llano y el concurso, valioso y decidido, de la Marina alemana...»[viii]. Pero no deja claro en qué consistía esa «asistencia»; palabra, por otra parte, muy ambigua que no nos demuestra nada. Un poco más adelante, escribe: «El papel de Franco en la Junta de Mando, era prominente y así lo reconoce el teniente coronel del estado mayor alemán, Walter Warlimont, que se había entrevistado con Franco el 6 de septiembre». Terminado este párrafo cita un libro de Ángel Viñas y nos lleva a la página 72 del mismo. Repasada esta página no aparece el nombre de Franco ni el del alemán por ninguna parte. Sin embargo en la siguiente, dice: «No hemos hallado huellas documentales que permitan comprobar si la formación y envío del comando, en lugar de los dos delegados, se había hecho de acuerdo con Warlimont u otros agentes alemanes en la zona nacional o si, por el contrario, era el fruto de un posterior proyecto falangista»[ix]. En una página anterior, escribe Viñas: «Sin embargo, la parte de los despachos en que Warlimont se refería a los intentos de liberación de José Antonio no ha sido localizada todavía y hasta es posible que haya desaparecido. Han de emplearse, pues, otras fuentes para reconstruir la operación»[x]. Por otro lado, existen unas declaraciones de Viñas, que Fernández Coll omite, a una revista donde habla de dos telegramas fechados los días 20 y 21 de octubre de 1936 y que sobre los mismos, dice:
"Estos telegramas son la única confirmación escrita de la que podemos presumir, que refleja opiniones o deseos del ya Jefe del Estado y que estas opiniones o deseos del Jefe del Estado tratan claramente de bloquear una liberación de Primo de Rivera. No porque fuera fácil, que no lo era, pero a lo mejor existía esa posibilidad, pero no quiere dar lugar a la liberación, y en cualquier caso si se le libera de entrada comienza a bloquear el tema; que no se le suelte, que esté incomunicado...[xi] "
Pero volviendo al grupo capitaneado por Agustín Aznar, Fernández Coll habla de un dinero que el grupo de Sevilla recoge en el Banco de España de aquella capital. La cantidad era un millón de pesetas, pero no nos cita la fuente salvo que lo haya dicho uno de los componentes de la expedición, Carlos María Rodríguez de Valcárcel, en el periódico La Información del Lunes de Cádiz, que el autor cita a pie de página, y al que no hemos tenido acceso. Y digo que esa información pudo haberla sacado de ese medio porque Agustín Aznar en el libro de Raimundo Fernández-Cuesta, que Fernández Coll cita, dice que ofreció a un alto cargo de Alicante «seis millones de pesetas»[xii] Sin embargo, otro de los componentes, Federico Menéndez Gudín, en unas declaraciones que hace en un diario, habla de una cantidad de dinero distinta -¿a quién hemos de creer?-, y a la pregunta del periodista de si la operación estaba planeada a base de un golpe de mano, Gudín responde:
"Mire, un golpe de mano, allí y entonces, no hubiera sido cosa fácil. Eran mínimas las posibilidades de éxito. Teníamos en la cárcel alicantina a un hombre enlace, un oficial de prisiones que, mediante el pago de cuatro millones de pesetas (el subrayado es mío) (¡fíjese cuatro millones de entonces...!), nos entrega en la puerta a José Antonio.
Estábamos en el Iltis fondeados frente a Alicante, cuando subió a bordo el cónsul alemán, Von Nobloch. Primero habló con Agustín Aznar; después, con todos nosotros. Nos explicó que no podíamos desembarcar, que teníamos que regresar. Debió no comprender lo que nos proponíamos. Insistimos y lo ablandamos. Prometió volver con instrucciones concretas. «Pero no desembarquen, recomendó; la Policía está al tanto». Y no desembarcamos. Nos transbordaron a otro torpedero alemán, al Mowe, menos Agustín Aznar y Rafael Garcerán, que se quedaron en el Iltis. Y nos llevaron a Sanlúcar vestidos de marinos germanos[xiii]."
Pero dicho todo esto, voy a referirme al libro del Marqués de Tamarón, al que Fernández Coll no cita en ningún momento a pesar de que trae muchos datos de la Falange gaditana. Entre ellos, la versión del marqués de cómo se preparó la expedición para intentar salvar la vida de José Antonio. Pero el marqués no nos aclara muchas cosas porque copia bastante del libro de García Venero, Falange en la guerra de España..., y de unas notas que dejó escritas su hermano Manuel. Entre ellas, dice: «El 11 de octubre me trasladé a Cádiz llamado urgentemente... por Sancho Dávila...se trataba nada más y nada menos, de que me encargara de hacer un desembarco en Alicante para liberar a José Antonio»[xiv]. Otras son de su propia ilusión porque al final se hace tal lío, es decir, su totum revolutum que uno ya no sabe si Franco intervino o no en esa aventura que cada cual cuenta a su manera. Una vez dice que Aznar se entrevistó con él en Cáceres cuando aún no era Jefe de Estado, es decir, hacia septiembre, cuando el propio Aznar en el libro de Fernández-Cuesta dice: «Al volver de Alicante fui a ver a Franco al cuartel general»[xv]. Por aquellas fechas el cuartel general estaba en Burgos, pero como no concreta fecha exacta, Franco no sería Jefe de Estado hasta el 1 de octubre de 1936 y el día 3 traslada el cuartel general a Salamanca.
Su hermano cuenta que es octubre el mes en que lo llaman para liberar a José Antonio, al parecer, en un segundo intento. Más adelante, sin decir fecha, repite que se entrevistaron en Badajoz, ciudad en la que Sancho Dávila, según cuenta, y que recoge Fernández Coll, también se entrevistó con Franco. Es decir, cada uno relata las cosas a su manera y así no hay forma de saber la verdad. Sin embargo, al final, haya habido los intentos que haya habido y las distintas personas que hayan podido entrevistarse con Franco para conseguir salvar la vida de José Antonio, según las referencias de unos y otros, lo cierto y seguro es que no aparece documento alguno sobre el particular que nos haga creer que haya habido intervención de Franco. Algo está muy claro, en los cinco tomos de documentos inéditos que la Fundación Francisco Franco publicó entre los años 1992 y 1994, no hay una sola referencia a esa posible intervención que algunas personas, sin demostrarlo con un simple manuscrito, expediente, protocolo, o sólo con un sencillo papel, nos quieren hacer ver que existió ese socorro y auxilio por parte de quien más y mejor podía prestarlo en aquellas fechas.
Pero no termina aquí el relato de Fernández Coll, porque también reproduce la carta del hijo de Largo Caballero que se publicó por primera vez en el diario Arriba el 20 de noviembre de 1953. Esta carta que dirige a su padre, le habla de un posible canje entre él y José Antonio Primo de Rivera. El intercambio nunca se produjo y jamás nadie explicó las razones, ni por una lado ni por el otro, aunque Largo Caballero, dejó escrito: «Alguien hizo circular la especie de que se había propuesto el canje de mi hijo por el jefe falangista Primo de Rivera; que el general Queipo de Llano lo había rechazado y que por esta causa se fusiló en nuestra zona a Primo de Rivera. La especie era absolutamente falsa»[xvi]. A continuación Fernández Coll pone en boca de David Jato: «Nadie ha explicado porqué; pero de creer a Largo Caballero la nota de canje nunca llegó a su destino». Esta frase que dice estar recogida del libro La rebelión de los estudiantes, edición de 1975, no he podido comprobarla porque la manejada por mí de año 1953, nada dice sobre el particular. Asimismo recoge lo que sobre este asunto escribió Antonio Gibello en José Antonio ese desconocido. Transcribe igualmente unas palabras del ministro de la Gobernación, Ángel Galarza, que publica el diputado y director de El Socialista Julián Zugazagoitia, en su libro Guerra y vicisitudes de los españoles; pero ni unos ni otros aclaran nada sobre si hubo o no participación de Franco en este intento por salvar la vida de José Antonio que, en definitiva, es lo que interesa dejar claro.
Habla de la mediación de Miguel Maura para un posible canje a propuesta de Indalecio Prieto que consistía en la entrega de seis millones de pesetas y cuya posibilidad le hace llegar Maura a Hedilla por mediación de Eugenio Montes; pero Fernández Coll no nos aclara qué persona entraba en este canje. Nos remite de nuevo a los libros de Antonio Gibello y de Maximiano García Venero, quienes se refieren el hijo de Largo Caballero y que no se hace necesario volver a repetir. Indalecio Prieto, el propio Fernández Coll lo reconoce, en ninguno de sus libros dice nada sobre esa propuesta a pesar de que habla de José Antonio Primo de Rivera. Por otro lado, José Antonio Girón, que al parecer, según dice él mismo, fue otro de los que marchó a Sevilla a ponerse a las órdenes de Agustín Aznar, en sus memorias, que también cita Fernández Coll, pone en boca de Fernández-Cuesta, estas palabras: «Raimundo Fernández-Cuesta, que estaba entonces preso en zona roja, tuvo ocasión de hablar con Indalecio Prieto, quien, mucho más astuto que Largo Caballero, le aseguró que si en su mano estuviera él soltaría a José Antonio»[xvii]. Palabras que, por cierto, no reproduce el propio Fernández-Cuesta en sus memorias.
(Concluye en la siguiente entrega)

(*) Publicado en el blog de memoriaazul . http://memoriazul.lacoctelera.net/
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NOTAS:
[i] Revista Altar Mayor, nº 131, noviembre-diciembre,2009, pág. 1396.
[ii] Agregado civil de la Embajada Argentina en Madrid.
[iii] PRIMO DE RIVERA, PILAR: Recuerdos de una vida. Dyrsa. Madrid, 1983, pág.79.
[iv] El día 22 de febrero de 1986, mantuve una larga entrevista en Madrid con Garcerán, y éste en ningún momento manifestó que la misión que llevaban tuviera el apoyo de Franco, más bien todo lo contrario.
[v] IRURZUN, RICARDO ERNESTO: Crucero 25 de mayo. Proa al Mediterráneo...Agosto 1936. Buenos Aires, 1994. 189 páginas y sin numerar aporta documentación reproducida cerca de 200 páginas.
[vi] Revista Interviú, nº 1.120, 13 al 19 de octubre de 1997, pás. 42, 43 y 44. Firmaba el reportaje Norberto Bermúdez.
[vii] Diario Ya, 28-XI-1997, pág. 4.
[viii] GARCÍA VENERO, MAXIMIANO: Testimonio de Manuel Hedilla. Acervo. Barcelona, 1972, pág. 224.
[ix] VIÑAS, ÁNGEL: Guerra, dinero, dictadura. Crítica. Barcelona, 1984, pág. 73.
[x] Ibid., pág, 66.
[xi] Revista Patria Sindicalista, nº 7, febrero 1978, pág. 16.
[xii] FERNÁNDEZ-CUESTA, RAIMUNDO: Testimonio, recuerdos y reflexiones. Dyrsa. Madrid, 1985, pág. 163. Esta cantidad nos parece exagerada porque según informes financieros, hoy podrían representar cerca de mil quinientos millones de pesetas. O lo que es lo mismo, unos 800 millones de euros. Cantidad muy difícil de creer que se pudiera disponer en plena guerra para emplearlo en el rescate de José Antonio.
[xiii] Diario La Nueva España, Oviedo, 26-XI-1972, pág. 25.
[xiv] DE MORA-FIGUEROA, JOSÉ: Datos para la historia de la Falange gaditana. Jerez de la Frontera, 1974, pág. 108
[xv] FERNÁNDEZ-CUESTA, RAIMUNDO: Op. cit., pág. 165.
[xvi] LARGO CABALLERO, FRANCISCO: Mis recuerdos. Ediciones Unidas. México, 1976, pág. 196. Esta misma frase que hemos transcrito, también la transcribe Fernández Coll.
[xvii] GIRÓN DE VELASCO, JOSÉ ANTONIO: Si la memoria no me falla. Planeta. Barcelona, 1974, pág. 43.

viernes, 1 de enero de 2010

SEMBLANZA DEL POETA ADRIANO DEL VALLE


SEMBLANZA DEL POETA ADRIANO DEL VALLE (*)

Era sevillano, como los hermanos Machado y como tantos otros buenos poetas que dio esta tierra de María Santísima. Nació el 18 de enero de 1895, o sea, tres años antes de que España diera por perdidas las últimas parcelas del imperio. Por línea paterna era de origen asturiano ya que su padre había nacido en el pueblo marinero de Tazones donde en 1517 desembarcó Carlos V, pisando por primera vez suelo español. Adriano del Valle Rossi, de origen franco-italiano por línea materna, tuvo que abandonar sus estudios a la edad temprana de dieciséis años para ayudar a su padre en su empresa de fabricación de juguetes. «Pero su inquietud literaria que era ya por entonces muy clara nos dice su hijo, le inclinaba a leer continuamente. En uno de sus muchos viajes en tren, Adriano encontró algo que para él sería importantísimo: un libro de poesías de Rubén Darío, Cantos de Vida y Esperanza»[1]. Así pues, muy joven se iniciaría como lírico fundando, en 1918, con su viejo amigo el poeta Isaac del Vando-Villar, la revista sevillana de literatura Grecia, con la intención renovadora y vanguardista de sincronizar con el momento cultural europeo. Llegó a ser una de las revistas más importantes de España y, sobre todo, pionera en las audacias poéticas del ultraísmo. En el primer número colaboran Federico García Lorca, Antonio Aristoy, Adolfo Carretero, incluso Jorge Luis Borges y su hermana Norah Borges con sus grabados y con quien al parecer el poeta inició un noviazgo y a quien más tarde, en su Poema Sideral a Norah Borges, le dedicaría estas palabras: «A Norah Borges Acevedo que cabalgó junto a mi corazón durante tantas noches inolvidables»[2]. En posteriores números vendrían las firmas de Vicente Huidobro, Eugenio Montes, Gerardo Diego, etc. La revista era quincenal y llegaron a publicarse cincuenta números. a su aparición, el poeta recibió una carta de Miguel de Unamuno que decía: «Mi querido Adriano: Grecia en Sevilla, bajo la advocación de Rubén Darío, puede ser una cosa invertebrada y cursilaginosa. A Rubén Darío la faltó, le abandonó, su Nicaragua natal. A ustedes les faltará, les abandonará Sevilla»[3].

En 1927 funda con Rogelio Buendía y Fernando Villalón (agricultor y ganadero que conoció al poeta en la época en que éste recorría España como representante de una fábrica de maquinaria agrícola), la revista onubense Papel de Aleluyas que editó seis números en Huelva y uno en Sevilla, aunque otras informaciones dicen que son cuatro los números que aparecen en Huelva y tres en Sevilla. Fueron sus principales colaboradores: Rafael Alberti, Gerardo Diego, Eugenio d’Ors, Luis Cernuda, y un largo etc. Según cuenta Adriano del Valle, hijo, Fernando Villalón tuvo un eclosión poética tardía y le entró la taquicardia de la poesía cuando su gran patrimonio familiar periclitaba entre el incesante trajín de sus faenas agrícolas. A su muerte, en Madrid el 8 de marzo de 1930 a los 49 años de edad, lejos de su querida Sevilla, Adriano del Valle, que se encontraba en Lisboa en el momento de la muerte de su amigo, le dedicó un poema que años después repetiría publicándolo en la revista falangista Vértice[4]. El poema llevaba por título Romance a la muerte de Fernando Villalón. Más tarde lo incluyó en Arpa fiel, con el título A Fernando Villalón, y, posteriormente, el hijo del poeta lo reproduciría bajo el título En la muerte de Fernando Villalón:

En tu pico, telegrama,
¿traes la oliva de la paz?
Paloma azul, ¿qué noticia
hacia mí te empujará,
orientándote, anillada,
por cielos de Portugal?

Villalón murió en España,
dice la nueva fatal.
Murió como un buen torero;
si no en cama de hospital,
en mesa de operaciones
de níquel blanco y cristal.
No de cornada de toro;
cornada de enfermedad.
Un ángel bueno entre nubes,
sus ojos bajó a cerrar,
envuelto en luz de quirófano
en su anunciación mortal.

Fernando murió muy lejos
del Guadalquivir natal,
río de taurinos peces
que, en garrochas de cristal,
dando el salto del trascuerdo,
saltan el testuz del mar.

¡Qué mano izquierda tenía
en faenas de amistad!
¡Qué inteligencia en la brega!
¡Quién lo había de esperar
tan pronto, cuando cambiaba
la seda por el percal!

¡Doblad, que murió Fernando,
vaca, añojo, utrero, eral…!
¡Que formen vuestros cencerros
un doble de funeral,,
funeral de toros bravos
que lloran su mayoral!
[5]

De nuevo dedicaría a su íntimo amigo un largo poema titulado Elegía a Fernando Villalón que recoge su Obra poética. Habría también una en prosa titulada Fernando Villalón, héroe de arpa y garrocha, y un artículo publicado en el semanario falangista El Español, el 16 de enero de 1943, que tituló Historia de un soneto taurino de Fernando Villalón. El poeta de los toros.

En 1933 por su obra Mundo sin tranvías, y que años más tarde, en 1940, desde Argentina, Ramón Gómez de la Serna, recordaría en un artículo homenaje al poeta sevillano que lo concluye así: «¡Admirable Adriano del Valle, poeta que no se ha manchado!». En 1945, vuelve Gómez de la Serna a ocuparse del vate dedicándole una semblanza: «En la hora lejana de la revista Grecia o quizás antes sí, antes, apareció ante mis ojos ese nombre de adolescente perennal, de liróforo sin vejez, de benjamín poético. Adriano del Valle aparecía en nuestra vista como si fuese recóndito cazaflores en su propio valle, y nos llegaban poesías de él, misivas, artículos de crítica entusiasta, aquellos en que más se nos ensalzó como no se nos volvió a ensalzar jamás…»[6]. Ese mismo año de 1933 le conceden el premio de poesía «Sánchez Bedoya», de la Real Academia de Bellas Letras de Sevilla. premio que volvió a obtener en 1937 con el texto titulado Romances en honor de la Inmaculada.

En plena guerra civil colabora fervorosamente con el nuevo régimen a través de los servicios de Prensa y Propaganda que desde Burgos encarrila y dicta Dionisio Ridruejo. Adriano del Valle se encontraba en Sevilla y aquí escribe en el diario falangista F.E.[7] que dirige Tomás Borrás quien sentía por él una enorme admiración y de quien además decía que asociaba las ideas y las mandaba a paseo, que pescaba imágenes y, ya el pez en la mano, lo transformaba «en un pájaro que guiña el ojo; tan pronto eres serio conceptista de antiparras, como pilluelo que da una voltereta; melódico, áspero, al sesgo, de bulto, al trasluz, Júpiter y cisne. ¡Permanente metamorfosis! Y un acento insistente, siempre ese acento, el popular, como el del cante andaluz»[8]. Por ese mismo tiempo, verano de 1937, aparecieron por Roma los primeros españoles que llevaban noticias directas y vividas de la guerra y que el Duce había invitado a pasar un tiempo de descanso en Italia: «A la expedición, que salió en un barco de Sevilla, se unieron Adriano del Valle, Ernesto Giménez Caballero y Manuel Díaz Crespo. Fueron para mí dice César González Ruano días de alegría, en los que todo fue hablar de España y de nuestras cosas. Adriano venía triunfal con un mono arbitrario, como de héroe del aire, lleno de flechas y de águilas…»[9]. En Sevilla recibió con el mayor dolor, «sin duda para él, la muerte, el asesinato de su querido y admirado amigo Federico [García Lorca]»[10] de quien conservaba con cariño la dedicatoria que le había puesto en un ejemplar del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías: «A mi viejo amigo Adriano, poeta Rossi, esta elegía que nunca me hubiera gustado escribir». Después, en 1938, Adriano del Valle dedicó un soneto al poeta de Granada que tituló: En la muerte de Federico García Lorca:

En la ruleta azul del torbellino
dilapidó el perfume de la rosa;
quiso ignorar si fue la mariposa,
si fue el ave o el pez autor del trino.

Si molturó el paisaje en su molino
vertiendo, traductor, el río en prosa,
al sauce que entre líquenes reposa
le hizo creerse un árbol cristalino.

El epitafio se lo puso el viento
en las cenizas. Llanto inconsolable,
con pétalos de alivio, el crisantemo

deshoja en funerario monumento.
¡Mirad la luna allí! ¡Tendedle un cable!
¡La luna se lo lleva a vela y remo
![11]

Era una vieja amistad la que sostenían ambos poetas andaluces. El autor del Romancero gitano le había enviado su libro Impresiones y paisajes, con la siguiente dedicatoria: «A mi amigo Adriano, el poeta que en la dafneforias modernas lleva su rama de laurel y mira apasionadamente a Rubén, el maravilloso, que, con la corona de oro y el soberbio manto, hace de Dafnéforo. Cariñosamente, Federico. Hoy, 3 de junio de 1918, con mucho sol y mucha melancolía»[12] .

Adriano del Valle decide a publicar, en 1940, su primer libro asequible al gran público y que es presentado por la Colección Azor que dirigía el falangista Félix Ros. Sus dos anteriores: Lyra sacra y Primavera portátil, el primero publicado en una edición para bibliófilos, y el segundo en 1934 editado por Amigos del Libro de Arte; eran ediciones limitadísimas, casi clandestinas e inasequibles. Los gozos del río, que publica ahora, cuando ya su autor se había convertido en una de las voces más encendidas del nuevo régimen, recoge los poemas escritos entre los años 1920 y 1923. La edición sale, a modo de prólogo, con un artículo de Eugenio Montes que había aparecido en el diario La Nación de Buenos Aires y que entre otras cosas decía: «No existe ni en porcelanas chinas, ni en tapices persas, nada tan bonito, tan delicado y tan leve como la poesía de Adriano. Oíd este cuclillo en el rabel de un trébol»:

Pastora, tora, tú tienes
rebaños, baños, de ovejas.
Yo taño, taño, mi trébol
roto, roto, en la arboleda
dedales, dales, de plata,
y en raso, rosa, con perlas,
pespuntes, puntes de agujas
con sartas, sartas, de estrellas.
Bastidores, dores, tienes,
y tienes, tienes, tijeras
que abiertas, biertas, parecen
volando, lando, cigüeñas.
Tijeras, jeras, que cortan
los vientos, vientos, que vuelan
bordados, dados, los vientos
de blancas, blancas, cigüeñas
[13].

Este mismo año, Adriano del Valle se reúne en el Museo de Arte Moderno (edificio de la Biblioteca Nacional) con la tertulia Musa Musae, donde estaban, entre otros, Rafael Sánchez Mazas y Manuel Machado, que vino a decir en la primera sesión de la tertulia: «La poesía se reduce a llamar divinas a las cosas, a buscarles queriendo o sin querer su destello de divinidad, su partícula celeste, su razón inexplicable de amor…»[14]; José María Alfaro, Dionisio Ridruejo, José María de Cossío, etc. «Musa Musae pretendía revivir el tono arbitrario y locuaz de la conversación literaria renacentista y ser, tras tres años de violencia, el reencuentro del escritor con su condición de diletante y creador de belleza»[15].

Colaboraría también en el primer número de la revista Escorial que aparece en noviembre de 1940. La revista era una idea personal del grupo falangista universitario que lo formaban Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar. Los dos primeros fueron, respectivamente, director y subdirector de la nueva publicación; actuando como secretarios de redacción el poeta Luis Rosales y el crítico Antonio Marichalar. El equipo procedía de la prematura experiencia de Jerarquía la revista negra de Falange, pero «con el paso de los años ha limado retóricas y Escorial, al revés que su antecesora, se convirtió muy pronto en el perdido hogar de una literatura y en el punto de cita en el que un público, minoritario pero importante, pudo al fin reconocer la herencia de las grandes revistas culturales de anteguerra»[16]. El poema que publicó Adriano, compuesto por siete décimas, lo tituló Al atavio de una dama española:

Blanca azucena embriagante
que sus pétalos deshoja,
blanca mano que, hoja a hoja,
su olor clausura en un guante.
Pétalos que en piel de ante
acomodan su aposento;
y el celestial instrumento
de diez uñas virtuosas
para embriagar a las rosas
pulsando el arpa del viento
.[17]

En 1940 , los jerarcas falangistas Sancho Dávila y Pedro Gomero del Castillo, le nombran para dirigir la revista Mástil. Revista Nacional de las Organizaciones Juveniles. En 1942 le conceden el Premio Nacional de Literatura «José Antonio Primo de Rivera» 1941, por su libro poético Arpa Fiel. Con la misma obra, que tuvo en la primera edición una tirada de cien ejemplares para bibliófilos, también ganaría, al año siguiente, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española de la Lengua. Antes de que le concedieran el Premio Nacional de Literatura «José Antonio Primo de Rivera», Dámaso Alonso publicó un artículo sobre la obra de Adriano titulado Barroquismo de hoy en la poesía de Adriano del Valle que vio la luz el 5 de noviembre de 1941 en el número 3 de la revista Santo y Seña y que le valió, dado el enorme prestigio del autor, para que al poeta le concedieran el premio. En ediciones posteriores, el autor de Arpa Fiel incorporaría el artículo de Dámaso Alonso a su libro, así como también tras el título aparecen los premios otorgados. Recoge, en primer lugar, su fidelidad a España donde incluye el soneto Epitafio a José Antonio dedicado al fundador de Falange, y que ya había sido publicado, en 1939, en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera:

Cisne fue. Cisne esbelto que agoniza
y mueve estrellas conmoviendo el aire,
derrumbando las alas de los pájaros
y en ceniza derrumbando el fuego.

Vivió, clamó y murió verticalmente,
cambiando con el plomo la sonrisa.
Y conmovida en lágrimas la noche
al alba lo encontró, muerto, a sus plantas.

Su sangre ya salpica las estrellas.
Su sangre enturbia el rumbo de los peces.
Donde su cuerpo, fulminado, yace,

su fuente es acueducto de la Patria
con la cal destilada de sus huesos
fundadores de rosas y laureles.


Viene después su fidelidad a María, A la pura y limpia Concepción de María que comenzaba con estos versos: Ángeles y serafines / -la adolescencia del Cielo- / tocan motetes, maitines, /entre las nubes, jardines / que pasan aprisa, al vuelo… A continuación su fidelidad a Italia comenzando por Roma: Todos los acueductos van a Roma, / llevando agua caudal a sus fontanas, / entre tumbas gentiles y cristianos, / catacumbas, cipreses y carcoma… Fidelidad a la mujer: Guantes, cruz escapulario / flores, bastidor, chapines, / risas cuando no maitines, / novios cuando no breviario… Fidelidad a la poesía con un recuerdo especial a Garcilaso de la Vega: Camina Garcilaso, deslumbrado, / orillando los húmedos verdores, / de un Tajo que refleja en resplandores / a un mágico Toledo arrebolado…, y a Gustavo Adolfo Bequer: Paciendo está la lluvia en el sembrado, / paciendo está y rumiando trebolares, / lavando el majadal con azahares, batidos de aguacero y sol mojado... Y termina con su fidelidad a los amigos, en especial a Eugenio Montes, mozo gaitero, / que traes orbayo de tu país, / parvo repique sobre un pandero, / vientos forales sobre el maíz…Este año también es nombrado director la revista cinematográfica Primer Plano. Al año siguiente ganaría el premio «Mariano de Cavia» por su artículo Stella Matutina, inspirado en la Semana Santa de Sevilla.

Cuando en 1945 se publica Ofrenda lírica a José Luis de Arrese en el IV año de mando, en honor al que en ese momento era ministro secretario general de Movimiento. Adriano del Valle participa en esa ofrenda junto con Eugenio d’Ors, José García Nieto, José María Alfaro, Manuel Machado, Gerardo Diego, Eduardo Marquina y otros. Dicen sus dos tercetos finales:

Numen, semilla y flor de arquitectura,
-¡oh torre soleada en el invierno!-
tu Gibralfaro allí, tu alto castillo…

Y abajo, en la Falange adusta y dura,
como el Justo a la diestra del Eterno,
aquí está a la diestra del Caudillo.


A la muerte de Manuel Machado, José María Pemán, entonces director de la Real Academia Española, ofrece a Adriano del Valle presentar su candidatura para ocupar el sillón que había quedado vacante. Pero del Valle rehusó porque pensaba que siendo director de la revista Primer Plano y delegado para España del Anuario Financiero del Banco de Vizcaya, obligado por tanto a visitar despachos comerciales, no quería que en sus tarjetas figurase, quizá en un excesivo criterio de pureza, el honroso título de la «Real Academia Española».

Adriano del Valle fallece en Madrid el 1 de octubre de 1957. Fue amortajado con el hábito de monje mercedario y su hijo nos relata lo ocurrido instantes después de su fallecimiento: «Tuvo, mi padre, una muerte ejemplar y cristiana. En el momento de ocurrir yo, que me encontraba a su lado, presencié una serie de extraños fenómenos. Una Virgen de Fátima, que le había traído de Portugal su amiga la actriz Elena Espejo, se cayó de la mesita de noche al suelo, quedó de pie y empezó a sonar su clásica música. Al mismo tiempo, se abrió el gran ventanal de su habitación, flamearon los visillos, y penetró o salió un suave viento a la vez que comenzó a nevar, a caer grandes copos como nunca yo había visto antes»[18]. Con la desaparición de Adriano del Valle muere un buen poeta, además de un prosista, articulista, pintor ocasional, autor de una considerable obra plástica en forma de collages que representaban para él un descanso mental y que aparecen en periódicos y revistas como Primer Plano, El Español, Garcilaso, Cántico… etc. Fue enterrado en el cementerio de San Justo y sobre su tumba se puede leer este epitafio que el mismo poeta dejó escrito:

¡Dios me otorgue el merecerte,
oh Virgen de la Merced!
Dándome postrera suerte
para que sacies mi sed
en la hora de mi muerte
.[19]

JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

(*) Artículo publicado en la revista Altar Mayor nº 113, marzo-abril 2007


[1] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: Adriano del Valle, mi padre. Editorial Renacimiento, 2006, pág. 33.
[2] Catálogo de la exposición Adriano del Valle (1895-1957). Fundación El Monte y Consejería de Educación y Cultural de la Comunidad de Madrid, 1995, págs. 179-192. En una declaraciones posteriores que hace el hijo del poeta al diario ABC de Sevilla, el 1 de octubre de 2006 página 29, dice: «De Norah mi padre me contaba que él fue el primero que la descubrió en Sevilla y siempre reclamó la gloria de aquel afortunado encuentro». En realidad, estas palabras no son si no repetición de las que escribió el propio poeta: «Yo fui quien descubrió a Norah Borges en Sevilla. Reclamo para mi toda la gloria por el feliz hallazgo de aquella hermosísima perla intelectual…».
[3] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: op. cit., pág. 46.
[4] Esta revista se publicaba todos los meses desde abril de 1937. Finalizó, tras haber editado 81 números, en 1946. Fue su primer director Samuel Ros, le sustituiría Manuel Halcón, y, por último, José María Alfaro.
[5] Revista Vértice , nº XVI, noviembre 1938
[6] GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN: Nuevos retratos contemporáneos y Otros retratos. (2º edición) Aguilar. Madrid, 1990, pág. 119
[7] Citado por la catedrático MECHTHILD ALBERT, en Vanguardistas de camisa azul. Visor Libros. Madrid, 2003, pág. 76
[8] Recogido por GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN, en op. cit., pág. 132
[9] GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias. Tebas. Madrid, 1979, pág. 417
[10] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO, op. cit., pág. 217
[11] Ibíd. Al reproducir este soneto, el hijo del poeta nada nos dice dónde y cuándo fue publicado por vez primera.
[12] RAIDA, PEDRO: Semblanzas de hombres intensos de la letras y artes de España. El poeta Adriano del Valle. Madrid, 1957, pág. 62
[13] DEL VALLE, ADRIANO: Los gozos del río (1920-1923). Editorial Apolo. Barcelona, 1940, págs. 5 y 6
[14] Citado por J(uan) A(ntonio) de Z(unzunegui) en la revista Vértice, 28 de enero de 1940.
[15] MAINER, JOSÉ CARLOS: Falange y Literatura. Antología. Editorial Labor, S.A. Barcelona, 1971, pág. 47
[16] Ibíd., pág. 53
[17] Revista Escorial. Madrid, noviembre, 1940, pág. 83.
[18] DEL VALLE HERNÁNDEZ, ADRIANO: op. cit., pág. 347
[19] Ahora quisiera lamentar los numerosos olvidos de Adriano del Valle Hernández, hijo del poeta y autor de un libro sobre su padre, donde no constan una serie de hechos que le vinculan muy estrechamente con el nuevo régimen español, por ejemplo: refiriéndose al Premio Nacional de Literatura, que ganó en 1941, suprime deliberadamente el nombre de «José Antonio Primo de Rivera» que era como así se llamaba el galardón obtenido y como además así figura en la portada del libro a partir de la 2ª edición; tampoco señala que Adriano fue uno de los colaboradores de la Corona de sonetos en honor de José Antonio; entre las ilustraciones que acompañan al texto olvida la fotografía que publicamos en este artículo donde se ve claramente al poeta luciendo en la solapa el yugo y las flechas insignia de Falange Española de las JONS; otro tanto sucede con su olvido respecto de las condecoraciones que, como la Medalla de Campaña (1941) y la Orden de Cisneros (1945), le fueron concedidas por Franco a quien el poeta había dedicado tiempo antes palabras tan elogiosas como éstas: «España, la España católica que fue salvada del cautiverio rojo por la espada victoriosa de Franco…». Tal vez, semejantes olvidos se deban a la ignorancia del autor del libro, hipótesis preferible antes de pensar que se trata de una muestra de sectarismo político, e incluso de una falta de respeto a la memoria íntegra de su progenitor: en todo caso, olvidos imperdonables de un hijo que según parece se avergüenza de todo ello.

LEOPOLDO PANERO, LA VERDAD EN PERSONA


LEOPOLDO PANERO, LA VERDAD EN PERSONA (*)

En una carta que Unamuno escribió a Leopoldo Alas Clarín al comenzar el siglo pasado le decía que al morir quisiera que se dijese de él «¡fue todo un poeta!»[1]. También escribió que «el poeta es el que nos da todo un mundo personalizado, el mundo entero hecho hombre, el verbo hecho mundo»[2]. El mismo Unamuno que si tiene alguna coincidencia con Panero es «de actitud religiosa, pero no poética», nos dice Luis Felipe Vivanco[3]. Pues bien, Leopoldo Panero fue todo un poeta y la clave de su poesía su amigo Luis Rosales la definió «como un nuevo humanismo»[4], que nació un 17 de octubre de 1909 en Astorga – muy cerca de la catedral y del palacio episcopal, la obra que diseñara Antonio Gaudí–, y que apareció en el panorama poético español en el año 1928 cuando aún no había terminado su carrera de derecho y que después ampliaría sus conocimientos estudiando lengua y literatura francesa en las Universidades de Tours y Poitiers, así como lengua y literatura inglesa en la Universidad de Cambridge. Algunos dicen de él que tuvo la buen y la mala suerte de pertenecer a la generación de 1936. La mala porque venía detrás de la de 1927; y la buena «porque vivió una época en la que era fácil replegarse hacia el culto de la belleza pura»[5]. En el momento presente se encuentra en una discreta penumbra, aunque también es cierto que al cumplirse el cuarenta aniversario de su muerte su obra ha sido revisada en el mundo académico con dos cursos universitarios realizados en Astorga por la Fundación de Universidades de Castilla y León, y por la Universidad de La Laguna con la presentación del poemario De Astorga y el poeta, de Javier de la Rosa. Sin embargo, el poeta Carlos Bousoño, en el 25 aniversario de la muerte de Panero, ya denunciaba la injusticia, no generalizada lógicamente, con que sus versos eran vistos en aquellos momentos «por algunas personas aficionadas a la poesía a causa de los elementos ideológicos que tales versos encierran, tan opuestos a lo que en el momento actual demandamos muchos españoles».[6]

Los Panero en Astorga –nos dice su pariente y amigo Ricardo Gullón– eran toda una institución. La confitería fundada por Juan Panero, abuelo del poeta, era algo así como el punto de cita y reunión de mucha gente en Astorga. Juan Panero, casado con Niceta Núñez, llegaron a tener dieciséis hijos, de los que el padre del poeta, Moisés, haría el número tres. Éste se casaría con Máxima Torbado de carácter entero y caridad incesante. Tuvieron seis hijos, cuatro chicas de la que una de ellas moriría de muy joven, y dos varones, Juan y Lepoldo. Éste haría el número tres, detrás de una chica y de Juan que fallecería en un accidente de automóvil el 7 de agosto de 1937 y que repitiendo a Miguel Hernández en su elegía primera a Federico García Lorca: Muere un poeta y la creación se siente / herida y moribunda en las entrañas. / Un cósmico temblor de escalofríos / mueve temiblemente las montañas... Efectivamente, fue Juan Panero un buen poeta, un profundo y delicado poeta que había labrado una poesía de amoroso misticismo, en palabras de Luis Felipe Vivanco[7], y que ya era conocida cuando empieza a publicar su hermano Leopoldo. Tres años después de su trágica muerte, la revista falangista Escorial[8] divulgaría de él cinco sonetos y dos poemas amorosos:

Yo quisiera recordarte que el amor es eterno,
y que es sólo la muerte quien le unge de Gracia y lo colma
de paz en la paz de los cielos.
No extrañes mis palabras, transidas de nombrarte:
sólo la carne es muerte;
pero cumplo un deber suscitando en tu sangre la inocencia
del tiempo
y complazco el instante soñado con tu nombre
en que me has de cerrar con dulzura los párpados
para dar evidencia suficiente a mi carne
.[9]

Leopoldo Panero se vio muy afectado por la inesperada muerte de su hermano –«en acto de servicio», la calificó la revista Escorial– . Un año más joven que Juan, Leopoldo dedicaría a su hermano un poema lleno de dolor donde recuerda en sus estrofas y canto en sus palabras la infancia y adolescencia de ellos dos «en las campesinas llanuras, aleteantes de chopos y ensombrecidas de encinas que circundan Astorga, y más tarde nuestra estancia como internos en un colegio de San Sebastián, tan melancólicamente lejos de nuestra luz nativa, pegado el oído al sordo ruido de las olas y empapado el pensamiento de ausencia desde las cumbres del monte Ulía, donde tantas horas nuestras transcurrieron para siempre, caídas en la luz de sus valles»[10]. Y he aquí los tres primeros versos:

A ti, Juan Panero, mi hermano
mi compañero y mucho más;
a ti tan dulce y tan cercano;
a ti para siempre jamás.

A ti que fuiste reciamente
hecho de dolor como el roble;
siempre pura y alta la frente,
y la mirada limpia y noble;

a ti nacido en la costumbre
de ser bueno como la encina;
de ser como el agua en la cumbre,
que alegra el cauce y lo ilumina...
[11]

La guerra estaba dejando una fuerte impresión en la familia Panero. El poeta «en la época del segundo bienio republicano, después de la revolución de octubre, había tenido refugiado en su casa a César Vallejo[12]. Él, su padre y su hermano Juan eran republicanos y, por añadidura, los dos últimos habían colaborado en la revista poética de Neruda Caballo verde para la poesía. Era más que sobrado. Su padre y él estuvieron en la cárcel, de donde los sacó, a duras penas, la energía y decisión de la madre, que acudió a Salamanca en busca de valimientos familiares»[13]. Sin embargo, esta versión, que nos da Dionisio Ridruejo, no es del todo coincidente con la que nos dan otros estudiosos del poeta. Al parecer el 20 de octubre de 1936 es detenido Leopoldo Panero y conducido a San Marcos, en León, donde su vida podía correr la misma suerte que la que corrió García Lorca en Granada. Es el ya citado pariente Ricardo Gullón quien nos dice que a Leopoldo le acusaban en Astorga de pertenecer al Socorro Rojo y de haber estado, durante su estancia en Inglaterra, al servicio de la citada organización:

Pruebas no había, pero nadie ignoraba que en circunstancias como aquellas la acusación hacía fe por el mero hecho de formularse y al presunto culpable incumbía demostrar su inocencia, si se le daba tiempo y ocasión para hacerlo. La madre guardaba cartas y lamentándose de que siempre andaba escaso de fondos. Conservaba recibos de los giros que le fueron enviando a Inglaterra. Provista de éstos y otros papeles y provista, sobre todo, de la voluntad de salvar a su hijo, marchó a Salamanca convencida de que únicamente del centro del poder podían salir las órdenes salvadoras. Visitó a Unamuno y le pidió que interviniese a favor de Leopoldo declarando cuáles eran sus actividades en Inglaterra y quiénes sus amigos. «Haré cuanto sea preciso», prometió don Miguel, «pero cuanto yo diga y haga puede perjudicarle en vez de ayudarle». La palabra del viejo maestro, aislado, condenado a soledad y silencio, no era ciertamente la más apropiada para garantizar conductas políticas. Una segunda visita, ésta a doña Carmen Polo, esposa del General Franco y pariente lejana de los Torbado, trajo la solución. A Franco no era posible hablarle en aquel momento, pero la señora recibió amablemente a la madre angustiada, la escuchó, examinó los papeles que llevaba y le dijo: «Paco está en una junta con los generales, pero yo le informaré del asunto». Sin duda su intervención fue eficaz, pues no tardó en recibirse en León orden de no proceder contra Leopoldo.[14]

La que llegaría a ser su mujer, Felicidad Blanc, nos da su versión que no difiere mucho de la de Gullón porque dice:

En Salamanca va primero a ver a don Miguel de Unamuno; piensa que el testimonio del rector de la Universidad puede aclarar la conducta de Leopoldo en Cambridge, se le acusa de marxismo por su amistad Ilia Ehrenburg y otros intelectuales marxistas. Mi suegra gustaba de recordar aquella conversación con don Miguel. Unamuno la recibió muy atento; estaba con una de sus hijas. Le dijo: «No hay nada que yo pueda hacer, no tengo ya ninguna fuerza en esta ciudad; yo mismo estoy enclaustrado y vigilado». Y le explicó lo que había pasado, lo que él había dicho: «Vencerías, pero no convenceréis».

De la casa de don Miguel se dirige al Cuartel General. Carmen era prima lejana de mi suegra, en su juventud se había tratado superficialmente. La mujer de Franco la recibe y mi suegra le cuenta lo que sucede: la absurda situación de su hijo, una persona pacífica que nunca se ha metido en nada. Carmen Polo le dice que su marido está en una reunión, pero le promete que, en cuanto termine, hablará con él y se dará orden de que lo suelten [15].

Efectivamente, el 18 de noviembre fue puesto en libertad y retornó de nuevo a su casa de Astorga donde la familia decidió que se incorporase en el ejército y un pariente lejano, Miguel Arredondo, le incorporó en su unidad. De esta manera se terminaron los momentos de angustia y zozobra por los que toda la familia estaba pasando hasta que llegó la muerte de su hermano Juan, al que ya nos hemos referido. Terminada la guerra, parte de la familia se instala durante largas temporadas en Madrid donde el poeta coincidiría en la tertulia del Lyon, entre otros, con Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego, tertulia que se fundiría más tarde con la de Manuel Machado. Y lentamente retornaron las costumbres de siempre.

Un día Manuel Machado tiene la idea de establecer una academia literaria o más bien una especie de tertulia literaria que llevaría el nombre de Musa Musae. En la tercera reunión, Panero se reveló como poeta. Fue en el mes de abril de 1940 en el Museo de Arte Moderno y que dirigía el poeta sevillano Eduardo Llosent. Con voz grave, Leopoldo Panero dijo el romance a Joaquina Márquez, el amor del poeta que había conocido en Guadarrama y que fallecería poco después:

¡Dejad que llene mis manos
de nieve para tocarla!
¡Dejad que sienta la muerte
como la lluvia en la cara!

Dejad la muerte conmigo;
la muerte rota en el alma.
Dejad volar mi alegría.
Dejad que vuele. Dejadla.
[16]

Poema del amor perdido en un sanatorio donde ambos, enfermos, habían coincidido. Le seguiría después Tierra del corazón, notándose en este poema la presencia del hermano perdido, y otros a la gótica catedral de León. Para terminar, un largo poema de amor, del nuevo amor que por aquellos días ocupaba un lugar preferente en su corazón. Era, como dijimos, Felicidad Blanc, escritora, con la que se casaría más tarde y que según Mercedes Formica, que la conoció antes de la guerra, «era la muchacha más bella de Madrid y vivía en una bonita casa de los bulevares rodeada de jardines y de cierto misterio».[17]

A partir de aquí, Leopoldo Panero ocuparía varios cargos oficiales: Sería director con carácter provisional del Instituto de España en Londres donde al mismo tiempo existía otro Instituto de España, el de los republicanos que dirigía un pariente de Leopoldo, Pablo Azcárate, con quien siempre mantuvo buenas relaciones; director de la revista Correo literario; secretario general permanente de las Bienales Hispanoamericanas de Arte de Madrid, La Habana y Barcelona; miembro de gobierno del Instituto de Cultura Hispana y director del departamento de cooperación intelectual de dicho organismo; secretario general del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, etc.

En el semanario El Español publica en 1942 un artículo dedicado a Miguel de Unamuno, del que era gran admirador y cuyo espíritu rebelde la impresionó. Lo tituló El paisaje salmantino en la poesía de Unamuno. «El poeta está sintiendo la belleza, la unidad en la belleza del paisaje, que le llena de sosiego y le aduerme en la contemplación de su hermosura y dice: Con la ciudad enfrente me hallo solo / y Dios entero / respira entre ella y yo toda su gloria. Y al final de su poema, como un último latido desamparado, irrumpe la duda agónica, la duda y el ansia personal de don Miguel, que siente removido en el fondo de su pecho el foso de su tristeza, como un niño ciego, y la ceniza de su condición humana arrastrada por el remolino interior de su profunda soledad: Y ahora dime Señor, dime al oído: / tanta hermosura, / ¿matará nuestra muerte?»[18]. Anteriormente ya le había dedicado otro artículo, en noviembre de 1931, en el diario El Sol, que recogen sus Obras completas: «En Miguel de Unamuno, el mismo eco de sus pasos ardientes levanta batallas en la paz. Sí; lo poético lleva en su alma, en su belleza, la propia y pura razón de vida».[19]

La soledad de la que nos habla Unamuno es la misma en la que se encuentra nuestro poeta. Hay quien opina que el hombre quiéralo o no, ha nacido para la soledad. También hay quien llega más allá y dice que el hombre «debe estar solo, si quiere encontrarse a sí mismo»[20]. Es muy posible que esto sea lo que buscaba Panero, sobre todo cuando pierde a algún ser querido. Y aunque el poeta había sido agnóstico durante toda su juventud, abdicaría más tarde de su agnosticismo y viviría el resto de su vida dentro de la religión católica; ahora quiere hacer partícipe a Dios de su soledad por eso escribe estas bellas palabras:

Estoy solo, Señor, en la ribera
reverberante de dolor. Las nubes
se espacían, vastas, grises, mar adentro.
Entre el salado, vaho de los pinos
la luz en estupor de la distancia,
lo mismo que un barranco. Estoy yo solo.
Estoy solo, Señor. Respiro a ciegas
el olor virginal de Tu palabra.
Y empiezo a comprender mi propia muerte
mi angustia original, mi dios salobre.
Crédulamente miro cada día
crecer la soledad tras las montañas.
[21]

El concepto de poesía de Leopoldo Panero se parece mucho al de Miguel de Unamuno y Antonio Machado, poeta éste que más influyó en su obra, según palabras del propio Panero. «Para él como para ellos, poesía era primeramente una revelación del poeta y una iluminación de las condiciones humanas conseguida por medio de la contemplación personal, siempre en la dimensión solidaria»[22] . Lo mismo que había hecho con Unamuno, Panero escribió otro artículo en El Sol en 1931 donde nos habla de Machado y que recogería sus Obras completas: «Antonio Machado deja siempre derretido y fuerte al otro lado de los sensual su pecho dolorido, su sangre temblando; su visión de la tierra, yerta y renacida, como soledad donde apenas una fuente late, descansa vagamente rendida, sobre la propia existencia del ser, sobre el hombre melancólico de su destino».[23]

Leopoldo Panero participa en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, junto con Ridruejo, Manuel Machado, Gerardo Diego, Rosales, Vivanco, d’Ors, etc. Hay quien dice que el soneto de Panero fue «uno de los más asépticos de la colección»[24]; sin embargo, a pesar de este juicio muy particular de quien lo emitió y también de que es muy posible que Panero jamás tratara a José Antonio, hay quien cree que la figura del fundador de Falange la «debió empezar a admirar después de su muerte, tras la lectura de sus discursos y a consecuencia, sobre todo, de la labor proselitista de algún viejo camarada»[25] como por ejemplo Rafael Sánchez Mazas, de quien nos dice la viuda del poeta: «Rafael es un conversador maravilloso, habla de José Antonio y de los recuerdos que conserva de él; alguna vez incluso nos ha leído alguna carta suya, y es imposible oyéndole no sentir admiración por José Antonio. Quizá de estas conversaciones quedara en Leopoldo esa admiración que se refleja más tarde en el Canto personal».[26]

Canto personal. Carta personal a Pablo Neruda, en contestación al Canto general del poeta chileno fue una obra muy discutida por unos y por otros, incluso objeto de las más malévolas descalificaciones. «Todavía los amigos discutimos si Leopoldo hizo bien o hizo mal en acudir a la llamada, dejando correr a su generoso corazón y atacando a un poeta temible por su fama...», escribía Antonio Tovar[27]. Carlos Bousoño, dice que en el Canto personal es «donde se halla lo peor de nuestro poeta»[28]. Sin embargo, para Eugenio Montes el magnífico CP había venido a oponerse al hueco palabrero y retórico Canto general de Neruda. Hay más opiniones en un sentido y otro. De todas las maneras su Canto personal fue para algunos motivado, entre otras cosas, por el insulto del poeta a Dámaso Alonso y Gerardo Diego y nuestro poeta quiso salir en su defensa. Asimismo, por la indignación que «al poeta astorgano le produjo el ataque del chileno a España»[29], «porque todo el poema de Neruda es un insulto a España», nos dice Dionisio Ridruejo[30] que le dedicaría este poema: Ser hombre y caminar pausadamante / besando con la luz de la tristeza / la casa, el monte, el árbol, lo que empieza / a ser humano cuando queda ausente...[31]. Su mujer llega a reconocer también que el libro fue distinto a su poesía anterior, muy polémico, incluso de difícil interpretación que no le sirvió más que para colocarle en una situación desairada, atacado por todos los flancos. Incluso por alguno de los que había tratado de defender, en clara alusión a Dámaso Alonso. Y preguntaba: «¿Qué le llevó a escribirlo? ¿El ataque de Neruda en Canto general a amigos tan queridos como Dámaso Alonso y Gerardo Diego a los que llama “hijos de perra”[32], o sus injustas palabras contra José María de Cossío, que a Leopoldo le consta que ayudó en todo lo posible a Miguel Hernández y al que Neruda acusa de todo lo contrario? [...]. Pero sobre todo creo firmemente que en el fondo lo que está es su arraigado amor a España»[33]. Y la mujer continúa: «Nunca me habló de ese libro, ni de las desilusiones que la amistad le diera con ese motivo. Pero creo que contribuyó a amargar los último años de Leopoldo, convirtiéndole en cierta medida en un ser diferente». [34]

Pero es el propio poeta quien nos da su punto de vista: «Los escribí –sostiene Panero– porque me sentí moralmente obligado a hacerlo. Y tengo la absoluta seguridad de que si el propio Miguel Hernández[35] hubiese vivido, habría sido él quien escribiera una carta análoga a Neruda. En el viaje que en el invierno de 1949 hice por América con Antonio de Zubiaurre, Luis Rosales y Agustín de Foxá, tuvimos conciencia de la incomprensión que, en ciertos sectores, existe todavía respecto de la realidad de España. Y Neruda, usando para ello su prestigio de gran poeta, es uno de los que azuzan esa incomprensión. Por eso creí necesario darle a Neruda, en un poema, algunas nociones españolas que no se pueden olvidar».[36]

En otro momento vuelve a referirse a Pablo Neruda. Es cuando la periodista Pilar Nervión haciéndose eco de las palabras de Dionisio Ridruejo en el prólogo al libro Canto personal que habla de los amigos muertos y de lo que para un cristiano supone la pérdida de un semejante, de un hermano –en la muerte, en la locura, en el odio o en la ruindad–, le pregunta: «¿Quiere decirnos qué amigos poetas ha ido perdiendo usted en cada uno de esos dolorosos capítulos». Panero responde:

– «En la muerte perdí a mi hermano, a Federico García Lorca, a Miguel Hernández, a Vallejo y a Hidalgo. En el odio y en la ruindad he perdido a Pablo Neruda. En la locura no me ha desaparecido ninguno».[37]

Por otro lado, y a pesar de lo que nos dice la mujer de Panero sobre Dámaso Alonso, éste afirma que Panero fue un poeta con una autenticidad entrañada y una hondura rezumante, como quizá no la haya en toda la poesía española de los últimos tiempos. Y añade –creemos que de manera un tanto exagerada– que «en Leopoldo Panero tenemos la poesía de mayor ternura humana que ha producido la literatura española moderna, y una de las más tiernas de todas las épocas de nuestra cultura»[38].

El autor de Versos del Guadarrama y Escrito a cada instante, ganaría con su obra Canto personal, en 1953, el premio 18 de julio que le entregan en un brillante acto con asistencia del ministro Raimundo Fernández-Cuesta que comenzó su discurso manifestando que la Falange ha buscado siempre la inteligencia como motor de sus actos. Al referirse al poeta dijo, entre otras cosas: «El Canto personal de Panero, carta perdida a alguien que por su actitud sucia y rencorosa merece el desprecio de cuantos hablan o escriben la limpia lengua castellana. Frente a la poesía que destruye debe alzarse la poesía que promete, dijo quien incorporó a la política un sentido poético»[39]. Por su parte, Leopoldo Panero hizo referencia a que las palabras más hermosas del mundo son libertad y poesía, y ambas se unen sin mentira en el nombre de José Antonio. Asimismo señaló: «Si con la guerra marcharon de España media docena de excelentes y genuinos poetas españoles, la cantera quedaba aquí, entre las encinas y los surcos».[40]

El poeta menciona en esta obra varias veces a José Antonio: La irrenunciable sed de José Antonio / era sed de unidad, porque en Castilla, / la sed es patrimonio. Y también: La voz de José Antonio nos avisa / (a través del amor: con doloroso / pensamiento de amor) que corre prisa. Recuerda en otro momento su paso por La Habana y al poeta cubano José Julián Martí y de nuevo a José Antonio:

Mi voz se empapa dolorosamente
de Martí a José Antonio: ¡qué anatema,
qué atrocidad, ¿verdad?, tan fehaciente!

¡Qué dos rebeldes de la misma yema!
¡Qué dos esperanzados, roto el pecho!
¡Qué ejemplos juntos de visión suprema!

Martí es el José Antonio a tiempo hecho
(igual que un manantial de Dios alumbra),
y Cuba en Zaragoza tuvo techo.

Los dos murieron cuando el ser se encumbra
a firme madurez; y en flor cortados,
fundaron a su patria en su penumbra.

Porque no están los días acabados
de Martí y José Antonio, en el oficio
del tiempo, sino apenas iniciados...
[41]

Hay otro momento que funde los nombres de Federico García Lorca con José Antonio, sin dejar de seguir citando a Martí:

Ninguna voz profética, cortada
por el hacha, se extingue o se ha extinguido;
tampoco en Federico está enterrada.

Los dos eran temblor, en el sentido
poético de España; y eran buenos,
lo mismo que Martí. Todo es gemido...
[42]

Leopoldo Panero muere en su casa de Castrillo de las Piedras (Astorga) el 27 de agosto de 1962 donde se hallaba en compañía de su esposa y sus hijos. Ese día el poeta dice a su mujer que se encontraba mal y que fuera a llamar al médico. Ella corre en su busca. Lo encuentra cuando se disponía ir a una fiesta. Al regresar a casa el poeta parece que se encuentra mejor, hasta da la impresión que ha recobrado el color de su cara. El médico le toma el pulso y dice que no le ve nada anormal. Marcha, pero una nueva llamada le hace volver. Sigue sin verle nada grave y le manda tomar una pastilla. El poeta queda tranquilo y su mujer lo deja solo para que descanse un rato. Pasa el tiempo, sube a la habitación, le coge la mano: está helada y no le encuentra el pulso. Manda buscar esta vez al practicante porque sabe que no encontrarán al médico. Cuando sube a la habitación le explica lo que pasa, le abre los ojos y volviéndose hacia ella no sabe cómo decírselo, pero la mujer ve en aquella mirada el reflejo de la muerte del poeta y de que todo se acabó: «¿No me irá a decir que está muerto?». «Qué puedo decir. Sí, está muerto».

Déjame, Señor, así;
déjame que en Ti me muera
mientras la brisa en la era
dora el tamo que yo fui.

Déjame que dé de mí
el grano limpio, y que fuera,
en un montón, toda entera,
caiga el alma para Ti.

Déjame cristal, infancia,
tarde seca, sol violento,
crujir de trigo en sazón:

coge, Señor, mi abundancia,
mientras se queda en el viento
el olor del corazón
.[43]

Se produce un silencio solamente roto por las plegarias del sacerdote que se inclina ante el cadáver. Empieza a llegar gente, las hermanas de Leopoldo gritan y lloran, pero la muerte no es eso, no ha sido nunca eso, «la muerte es el silencio».[44]

para morir contigo cada día,
Felicidad te quiero. ¡Oh insondable
pasión de la vejez en largo sueño!
[45]

Ese mismo día otro poeta, José García Nieto, recibe la noticia de la muerte de su amigo. Se encontraba en un pueblo cerca de Guadarrama. Camina hacia la ermita del Cristo de Gracia, de las Navas, «estaba vacía. Recé por él, creo que con él, todavía sentado, como si estuviéramos hablando de la vida, de la poesía, de la muerte, de todo eso que él nos enseñó que podía ser uno. Había una rendija hacía el sol de fuera en la puerta de Dios. Por ella se veía esa encina grande, de fuertes brazos, como muerta de pie, que da historia y referencia del pueblo. El árbol, el poeta, estaban allí, sobre la muerte»[46]. Y a continuación García Nieto escribe este hermoso soneto:

Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.

Y tú no estás. ¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado.
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.

Torre de hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!

Rezo sin entender... ¿Cómo podía
haber sido...? En la Cruz, El me decía
que lo mejor estaba de su parte
.[47]

Después, García Nieto, junto con otros poetas y escritores: Ridruejo, Laín Entralgo, Vivanco, Crémer, Castillo Puche, etc., acompañaría los restos mortales de Panero al panteón de la familia en el cementerio de Astorga. En el momento de producirse el óbito tenia en preparación La verdad en persona, poema que trataba sobre Cristo porque Dios estuvo siempre presente en la poesía de Leopoldo Panero como punto de referencia a esperanzas y angustias.

JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

(*) Artículo publicado en la revista Altar Mayor, nº 90, marzo-abril 2005 y en El Catoblepas, nº 55, septiembre 2006.











[1] GRANJEL, LUIS S.: Retrato de Unamuno. Editorial Guadarrama, S. L. Madrid, 1957, pág. 286.
[2] UNAMUNO, MIGUEL: Obras Selectas. Editorial Plenitud. Madrid, 1960, pág. 225.
[3] VIVANCO, LUIS FELIPE: Introducción a la poesía española contemporánea. Ediciones Guadarrama, S.L. Madrid, 1957, pág. 614.
[4] ROSALES, LUIS: Lírica española. Editora Nacional. Madrid, 1972, pág. 347.
[5] ALLER, CÉSAR : La poesía personal de Leopoldo Panero. EUNSA. Pamplona, 1976, pág. 23.
[6] BOUSOÑO, CARLOS: Con la frescura de Lope. Diario ABC, de Madrid, 27.08.87, pág. 27.
[7] Citado por CASTRO VILLACAÑAS, DEMETRIO, en el diario La Nueva España de Oviedo, 05.01.74, pág. 7.
[8] Escorial, Revista de Cultura y Letras. Tomo I. Madrid, noviembre 1940, pág. 82.
[9] Escorial Revista... op. cit., pág. 82.
[10] PANERO, LEOPOLDO, en una conferencia inédita pronunciada por el poeta en los Cursos Universitarios de Verano en León y recogido por la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Instituto de Cultura Hispánica, julio-agosto 1965 nº 187-188, pág. 10.
[11] PANERO, LEOPOLDO: Obras completas. Editora Nacional. Volumen I. Madrid, 1973, pág. 148.
[12] A este poeta peruano le dedicaría un poema: ¿De dónde, por qué camino había venido / soplo de ceniza caliente, / indio manso hecho de raíces eternas / desafiando su soledad, hambriento de alma / insomne de alma, hacia la inocencia imposible / terrible y virgen como una cruz en la penumbra...? Por otro lado, Vallejo que era de afiliación comunista, «no era un poeta comunista», nos dice el escritor cubano Gastón Baquero. Asimismo, la viuda de Vallejo en una biografía que escribió de su marido, nos dice que éste poco antes de morir le dicta la siguiente frase: «Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios, más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios». Palabras, entre otras, que recoge Leopoldo Panero en sus Textos humanos antes de comenzar a escribir su Carta perdida a Pablo Neruda.
[13] RIDRUEJO, DIONISIO: Casi unas memorias. Editorial Planeta, S.A. Barcelona, 1976, pág. 138.
[14] GULLON, RICARDO: La juventud de Leopoldo Panero. Diputación Provincial de León. León, 1985, págs. 89-90. De la opinión de Ridruejo sobre su amistad con César Vallejo y ser ésta la principal causa de la que se le acusó para ser encarcelado además de haber publicado un poema en el número uno de la revista Caballo verde para la poesía fundada en Madrid por Pablo Neruda, participa Julio Rodríguez-Puértolas. (Ver su libro Literatura fascista española. Ediciones Akal, S.A. Madrid, 1986, pág. 200.
[15] BLANC, FELICIDAD: Espejo de sombras. Editorial Argos/Vergara, S.A. Barcelona, 1981, págs. 122-123.
[16] PANERO, LEOPOLDO: Obras... op. cit., (Volumen I) pág. 117.
[17] FORMICA, MERCEDES: Escucho el silencio. Editorial Planeta, S.A. Barcelona, 1984, pág. 100.
[18] Semanario El Español, nº 9, 26 diciembre de 1941., pág. 12.
[19] PANERO, LEOPOLDO: Obras completas. (Volumen II). Editora Nacional. Madrid 1973, pág. 17.
[20] MARCOS SÁNCHEZ, MARÍA MERCEDES: El lenguaje poético de Leopoldo Panero. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca, 1987, pág. 70.
[21] PANERO, LEOPOLDO: Obras... op. cit. (Volumen I), pág. 63-64.
[22] CONNOLLY, EILEEN: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza. Editorial Gredos, S.A. Madrid, 1969, pág. 68.
[23] PANERO, LEOPOLDO: Obras... op. cit., (Volumen II) pág. 12
[24] RGUEZ.-PUÉRTOLAS, JULIO. Literatura fascista española. Ediciones Akal, S.A. Madrid, 1986, I, pág. 200.
[25] HUERTA CALVO, JAVIER: De poética y política. Instituto Leonés de Cultura. León, 1996, pág. 37.
[26] BLANC, FELECIDAD, op., cit. pág. 155.
[27] Citado por HUERTA CALVO, JAVIER en op. cit., pág. 21.
[28] Diario ABC, 27.08.87, pág. 27.
[29] ALLER, CÉSAR, op. cit., pág. 146.
[30] PANERO, LEOPOLDO: Canto personal. Carta perdida a Pablo Neruda. Introducción por Dionisio Ridruejo. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1956, segunda edición, pág. 13.
[31] RIDRUEJO, DIONISIO. Hasta la fecha (poesías completas). Aguilar S.A. de Ediciones. Madrid, 1961, pág. 531.
[32] Es en el poema que dedica a Miguel Hernández: Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre. / Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día. / Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo...
[33] BLANC, FELICIDAD, op. cot., pág. 196.
[34] Ibíd.
[35] El poema que Neruda dedicó a Miguel Hernández en su Canto general lo tituló: A Miguel Hernández asesinado en los presidios de España
[36] Revista Correo Literario, nº 86, 15.12.53. Entrevista de FERNÁNDEZ CUENCA, CARLOS, a Leopoldo Panero.
[37] Semanario El Español, nº 242, 19-25 julio 1953, pág. 15.
[38] ALONSO, DÁMASO: Poetas españoles contemporáneos. Editorial Gredos, S.A. 3ª edición. Madrid, 1988, pág. 336.
[39] Diario La Nueva España, 23.12.1953, pág. 6.
[40] Ibid.
[41] PANERO, LEOPOLDO: Obras... op. cit. (Volumen I), pág. 304.
[42] Ibid., pág. 20.
[43] PANERO, LEOPOLDO, Obras... op. cit. (Volumen I) pág. 185.
[44] BLANC, FELICIDAD, op. cit., pág. 212.
[45] PANERO, LEOPOLDO, Obras... op. cit. (Volumen I) pág. 390.
[46] GARCÍA NIETO, JOSÉ: La poesía de Leopoldo Panero. Editora Nacional. Madrid, 1963, pág. 30.
[47] GARCÍA NIETO, JOSÉ. Cuadernos Hispanoamericanos op. cit., pág. 201.

PABLO NERUDA Y LEOPOLDO PANERO: POETAS DE DOS MUNDOS DISTINTOS

PABLO NERUDA Y LEOPOLDO PANERO:
POETAS DE DOS MUNDOS DISTINTOS (*)

Cuando José Antonio pronunció aquellas palabras que decían: «¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete», no eran, precisamente, palabras vacías ni faltas de contenido porque no pasaría demasiado tiempo sin que un poeta, Leopoldo Panero, frente al Canto general que escribió el poeta chileno Pablo Neruda, alzara el poeta español su Canto personal expresando así el sentir y el pensar de un grupo de poetas afines a una generación a la que ellos pertenecían.

Hay un momento en que Pablo Neruda en su Canto general dedica un poema «a Miguel Hernández asesinado (sic) en los presidios de España» y es, probablemente, el que causa mayor desesperación a Leopoldo Panero:

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te
buscan..
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el peso de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados

Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñosos olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia
.[1]

Leopoldo Panero lee la ofensa y el insulto de Pablo Neruda a sus amigos Dámaso Alonso y Gerardo Diego y desea salir en su defensa: Tus insultos de perra son tu anillo / de Judas, agarrado a tu pescuezo. También porque, en palabras de Dionisio Ridruejo, todo el poema de Neruda es un insulto a España y que queda reflejado, a título de ejemplo, en estos versos: España entró hasta el Sur del Mundo. Agobiados / exploraron la nieve los altos españoles. / El Bío Bío, grave río, / le dijo a España: «Detente»... Así pues, un Martes Santo 31 de marzo de 1953, marchó Panero a pasar la Semana Santa a su casa de Castrillo. La idea de contestar a Neruda le dominaba y se sintió moralmente obligado a hacerlo. Además, tenía la completa seguridad que si el propio Miguel Hernández hubiera vivido habría sido él quien escribiera una carta análoga al poeta chileno de palabra española. En los ocho días que permaneció en Astorga compuso la mayor parte del poema, con principio y con final: «podría decirse que era una versión reducida del texto publicado, pero sin que faltase nada esencial»[2]. A su regreso a la capital de España es en el bar de nombre exótico Ombú donde Leopoldo Panero sigue escribiendo el poema grande, fluyente y estremecedor que finalizaría a últimos de mayo, en el tiempo pues, en que las acacias han tardado en abrir completamente sus hojas esta primavera, como muy bien nos repite Ridruejo.

¡Es tan fácil saber de dónde mana
la rabia de la voz, que cuando hablo
es como si vibrara una campana

interior y profunda! Pablo, Pablo,
ni un obrero te escucha o se despierta
dormido entre la rosa y el establo.

Como el dolor que en el dolor se injerta,
una guerra es a muerte, y sin rescate;
mas florece a través la sangre yerta.

Una guerra es un íntimo combate,
y no una voluntad a sangre fría:
donde cae Federico, el agua late;

donde cayó un millón la tierra es mía.
unos caen, otros quedan, nadie dura;
y tan sólo el Alcázar no caía.
[3]

Sin embargo, para el poeta Carlos Bousoño en el Canto personal de Panero se halla lo peor de este poeta, aunque al mismo tiempo reconoce que tiene algunos fragmentos excelentes «que yo pondría sin vacilación en una exigentísima antología de su obra», termina diciendo el poeta asturiano[4]. Pero cuando Panero escribió su Canto personal en contestación al Canto general de Pablo Neruda, separados en aquellos momentos por inmensos espacios, no estaba pensando solamente en escribir la poesía que él sabía escribir sino que, como decíamos, quería salir al paso de la ofensa que el poeta chileno hacía a España y a sus amigos Dámaso Alonso y Gerardo Diego..

A la histeria antiespañola de Neruda, opone Panero una caritativa hidalguía, que no le impide alzar la voz cuando el caso lo requiere.

Pablo: mira la noche. Nos promete
majestad de insondable permanencia,
fidelidad lejana. Pablo: vete
.[5]

El poeta español Eugenio de Nora, a la muerte de Panero, dice que «el Canto no es, después de todo, un libro doctrinal ni un panfleto, ni un discurso político, sino precisamente –y ahí está el nudo de la cuestión– una obra poética». Estas palabras recogidas por José García Nieto son, en opinión de éste, un acierto totalmente[6]. Y Dionisio Ridruejo también con mucho acierto dice: «Con mucho valor ha puesto, sobre la belleza y la pobreza de España, su orgullo y su tragedia Leopoldo Panero. No ha querido omitir nada: ni siquiera a Miguel Hernández o a Federico García Lorca».[7]

Es tu exacta mentira tan tremenda,
tan brumosa, injuriosa, venenosa,
que arrancarte la lengua es poca enmienda;

y aún sólo caridad mi mano osa.
Pablo: mancillas a Miguel; mancillas
a Federico; escupes en su fosa.

Tan sólo las verdades son semillas
fértiles, y el que miente se equivoca;
a sí propio se araña en las mejillas.

Tu mano está tan general y loca
de cantar (sin cantar) lo que escribías,
que estéril nace todo de tu boca.
[8]

Para el escritor cubano Gastón Baquero, Pablo Neruda fue un grandísimo poeta, pero Neruda ha muerto, como poeta, a manos del Neruda político. Según el mismo escritor, Neruda no hace otra cosa que seguir la consigna que le marca el comunismo que le tiene por uno de sus voceadores:

En tres habitaciones del viejo Kremlin
vive un hombre llamado José Stalin.
Tarde se apaga la luz de su cuarto.
El mundo y su patria no le dan reposo.
Otros héroes han dado a luz una patria,
él además ayudó a concebir la suya,
a edificarla
a defenderla.
Su inmensa patria es, pues, parte de él mismo
y no puede descansar porque ella no descansa
.[9]

Baquero condena Canto general, libro que demuestra sin lugar a duda que Neruda se vació y quedó muerto después de su gran parto. Fue para el cubano un libro indignante no sólo por la enorme cantidad de tonterías que dice, sino por el desprecio a la inteligencia del lector que supone decirles en esa forma. «Pero hubo particularmente una voz, la de Leopoldo Panero, que ofreció a la América y a España un espectáculo maravilloso: el de producirse en gran poeta y en gran cristiano al responder a Neruda».[10]

Así pues, la voz de Panero, sincera, recia y vigorosa; escribe una carta de hermano, que se duele con el hermano de la mentira brutal: opone caridad al odio, y opone verdad al amaño de la propaganda. Con su contestación Leopoldo Panero «se coloca definitivamente en el sitio que le corresponde en la poesía española»[11] . Y enfrente de la poesía que destruye.

JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

(*) Artículo publicado en la revista Cuadernos de Encuentro, nº 80, primavera 2005


[1] NERUDA, PABLO: Canto general. Ediciones Cátedra. Madrid, 2003, pág. 521.
[2] FERNÁNDEZ CUENCA, CARLOS en Correo Literario, nº 86, 15 de diciembre de 1953, pág. 14.
[3] PANERO, LEOPOLDO: Obras completas. Editora Nacional. Madrid, 1973, pág. 276.
[4] Diario Abc, Madrid, 27 de agosto de 1987, pág. 27.
[5] PANERO, LEOPOLDO: op. cit., pág. 271.
[6] GARCÍA NIETO, JOSÉ. La poesía de Leopoldo Panero. Editora Nacional. Madrid, 1963, pág. 20.
[7] RIDRUEJO, DIONISIO: en el prólogo del libro Canto personal. Carta perdida a Pablo Neruda, de Leopoldo Panero. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1956, 2ª edición, pág. 14.
[8] PANERO, LEOPOLDO: op. cit., pág. 291.
[9] NERUDA, PABLO: op. cit., pág. 453.
[10] BAQUERO, GASTON: El caballero Leopoldo Panero. Revista Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid, nº 187-188, julio-agosto 1965, pág. 113.
[11] ARROITA-JAUREGUI, MERCELO: Canto personal. Correo Literario, nº 75, 1 de julio de 1953, pág. 4.