sábado, 20 de febrero de 2010

UNAMUNO Y EL CRUCIFIJO

UNAMUNO Y EL CRUCIFIJO

José Mª García de Tuñón

(El Risco de la Nava, nº 499, 15 de febrero de 2010)

Hace algunos años, cuando el Partido Socialista mandó quitar el crucifijo de las escuelas, igual que lo había hecho ya en la Segunda República el director de Primera Enseñanza, el socialista Rodolfo Llopis, recordé unas palabras de Miguel de Unamuno cuando escribió que «se ha esgrimido y se esgrime el crucifijo como arma paleolítica; se pretende no convertir sino machacar infieles a cristazo limpio, como se esgrime a modo de arma contundente el grito de ¡viva Cristo Rey!, poniendo impíamente todo el acento en lo de rey y dejando al Cristo de galeote; ¿pero autoriza ello a que se le retire de las escuelas, donde no es arma sino símbolo que la tradición ha hecho? ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional?». Estas palabras, que no figuran en sus Obras completas, las he recibido hace pocos días por correo electrónico, es decir, circulan en la red sin que nos digan dónde y cuándo fueron publicadas, por lo que hay quienes piensan que no son de Unamuno. Sin embargo, nada más lejos de semejante pensamiento. Estas palabras vieron la luz en la primera página del diario El Sol, el 29 de enero de 1932.
Casi dos años más tarde, vuelve el ilustre vasco a repetir casi idénticas palabras, en esta ocasión recogidas en sus Obras completas, con lo que él llama «sagrada promesa de honor» porque se ponía la mano sobre un ejemplar de la «Sagrada Constitución a guisa de Evangelio y en vez de un crucifijo o de un Sagrado Corazón de Jesús ¿qué? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un yugo y un haz? ¿Una cruz ganchuda y una porra? ¿Un compás y una escuadra? ¿Una escoba y un cepillo? ¿O acaso una culebra –¡lagarto!¡lagarto!– de bronce como aquella que hizo erigir Moisés en el desierto caminos de la tierra de promisión?».
Estas cosas escribía Miguel de Unamuno que había contribuido como nadie a traer la República, pero que, sin embargo, se siente cansado cuando se va dando cuenta de que está entrando en un mundo en el que él no tenía cabida, porque como predijo un día: «la República no va, se nos va».

GUERRA INCIVIL CAVERNÍCOLA

Miguel de Unamuno

(El Sol, Madrid, el 29 de enero de 1932
Como este comentador fue quien lanzó a la circulación hace ya más de una quincena el mote de togloditas de que luego ha salido el de cavernícola, y quien, por otra parte, ha comentado más el endémico estado de guerra civil de España, se cree en el deber de comentar la guerra, no ya civil –que ésta es señal de civilización en marcha–, sino incivil y troglodita, o cavernicolística, que nos está devorando la serenidad del buen juicio. Pues diríase que todos, los unos y los otros contendientes, se pelean en una caverna –como la de Altamira–, a oscuras, fuera de la luz natural, y bajo el sino del bisonte altamirano y no a cielo abierto, a la luz del Sol, bajo el sino del león castellano de España.
¿Y las armas? Las armas de casi todos ellos armas troglodísticas, cavernícolas, paleolíticas, como las hechas de piedra –piedras de rayo les llaman los campesinos–, que esgrimían en sus luchas con las fieras selváticas, y entre ellos mismos aquellos hombres de las cavernas, anteriores a la Historia propiamente tal. Armas troglodíticas, paleolíticas, prehistóricas o ante-históricas. Que tan troglodíticas las hacen, por el modo de manejarlas, los unos a los báculos, cirios, hisopos y crucifijos que esgrimen a modo de rompecabezas de cruzados, como los otros a sus hoces y martillos y también prehistóricos y paleolíticos, y los de más acá los compases y escuadras, cavernicolísticos también, de chapuceros albañiles de derribo. Todo incivil, todo ahistórico y anti-histórico. Todo movido por pasiones cavernarias de antes de haberse cuajado la tradición, la tradición civil que hace el alma de la patria, que hace la Historia y sus consagradas imágenes.
Sí; ya se consabe que henos promulgado que no hay religión del Estado; ¿pero quiere esto decir que la nación no tiene un alma tradicional y popular, o sea, laica; que no tiene una religión laica, popular, nacional y tradicional? ¿Quiera ello decir que va a quedarse la patria desalmada? No, no puede querer decir eso, y nada sería más carvernario, más troglodítico que la imposición de un agnosticismo oficial pedagógico. Aun prescindiendo de confesiones dogmáticas, creer que los maestros nacionales –nacionales, ¿eh?, y no estatales– puedan educar a los niños españoles escamoteando toda noción religiosa es sencillamente no darse cuenta de lo que tiene que ser la educación pública, patriótica.
En estos días, las mujeres, las madres de esta provincia de Salamanca se amotinaron al saber que se iba a quitar el crucifijo de las escuelas, y ha habido que dar satisfacción al sentimiento de ese motín popular, hondamente popular, contra una orden disparatada. Disparatada y perdónenos el que la haya dada, de inspiración no sólo anti-nacional, anti-popular y anti-histórica, sino también antipedagógica. La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentimiento, ni aún al de los racionalistas y ateos, y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta de los que carecen de creencias confesionales.
Sí, ya lo sabemos, se ha esgrimido y se esgrime el crucifijo como arma paleolítica; se pretende no convertir sino machacar infieles a cristazo limpio, como se esgrime a modo de arma contundente el grito de ¡viva Cristo Rey!, poniendo impíamente todo el acento en lo de rey y dejando al Cristo de galeote; ¿pero autoriza ello a que se le retire de las escuelas, donde no es arma sino símbolo que la tradición ha hecho? ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional?
Porque hay que decirlo claro, y en ello tendremos que ocuparnos; la campaña contra el crucifijo en las escuelas nacionales es una campaña de origen confesional. Claro que de confesión anti-católica y anti-cristina. Porque lo de la neutralidad es una engañifa. Que no es hecedero, no, no lo es, en buena pedagogía, que los maestros nacionales populares, laicos de veras y no de engaño, de España eduquen a la española a los hijos de ella, prescindiendo de la tradición nacional popular y laica que se simboliza y emblematiza en el Santo Cristo crucificado –le hay en cada lugar– y dejando al clero de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana el cuidado de instruir a los hijos de sus fieles feligreses en el catecismo de su doctrina confesional, según el P. Astete o según el P. Ripalda, corregidos o no. Y esto lo comprenden y consienten cuantos han salido de la caverna prehistórica, sea cuales fueren sus creencias o descreencias. Depende sencillamente de sentido de civilización, de que suelen andar tan escasos como los idólatras troglodíticos los troglodíticos iconoclastas.
Se acabó el bisonte prehistórico; nos queda el león al pie de un castillo sobre el que se alza una cruz nacional, popular laica.