martes, 6 de abril de 2010

MILLÁN ASTRAY Y DIONISIO RIDRUEJO

MILLÁN ASTRAY Y DIONISIO RIDRUEJO

José Mª García de Tuñón (*)
La semana pasada, en esta misma revista digital, citaba en un artículo, muy brevemente, una anécdota ocurrida entre el general y el poeta. Un buen amigo que lo leyó, me ha mostrado su interés para que contara la anécdota tal y como había ocurrido porque aunque había leído mucho, me decía, sobre Ridruejo, desconocía esa relación entre ambos personajes tan diferentes, a simple vista, el uno del otro. Bien es cierto que no es la primera vez que cuando menciono ese relato quien me escucha se sorprende bastante. Recuerdo hace algún tiempo que se lo contaba a un amigo periodista, que había sido director de un diario, y la desconocía por completo hasta que le tuve que decir el título del libro donde podía leer la anécdota.
El título del libro no es otro que Sombras y bultos y en él Dionisio nos relata su amistad con el general en el que jamás vio «ni sombra de la embriaguez de creencia que ese arquetipo supone». Millán Astray no era para el poeta una persona, «era un manifiesto». El 18 de julio de 1938 Ridruejo organizó varios actos públicos de homenaje a los combatientes y el más importante se convocó en Valladolid, con algunos miles de hombres traídos de los frentes. Invitó al general como orador y éste agradeció la invitación. Ambos compartían el mismo hotel y en la mañana del acto Ridruejo recibió un aviso del general para que pasara por su habitación. Allá fue el poeta y encontró a Millán Astray «en el baño, desnudo, el muñón vibrante y las cicatrices a la vista. Le ayudaban su mujer y un par de legionarios, que le acompañaban siempre más como secretarios que como escolta. Se hizo secar y se enfiló el calzoncillo. Yo estaba en pijama. Así los dos, me invitó a acercarme a la ventana para hablarme aparte, mientras los suyos trajinaban preparando sus vestidos. Y me dijo algo parecido a esto: Me eres muy simpático y además te estoy muy agradecido por haberte acordado de mí. No te pesará. Y quiero pagarte con un favor. Tengo que informarte que tu nombre no suena bien en las alturas. Te consideran rebelde y poco de fiar. Yo estoy dispuesto a garantizarte, pero para ello, tenemos que hacer aquí, ahora mismo, el juramento de La Legión. No me acuerdo de lo que rezaba el juramento, pero era más solemne que enjundioso y ni siquiera una conciencia estrecha hubiera dudado en jurar algo tan general. Por otra parte yo no hubiera estropeado aquella escena para nada del mundo. Así, pues, juramos –él en calzoncillos; yo en pijama– con la mano tendida sobre un Cristo imaginario una bandera inexistente, a contraluz de una mañana calurosa». Cuando Ridruejo volvió al cuarto y se lo contó a Foxá, compañero de habitación, casi entró en explosión. «Esto hay que apuntarlo en seguida», le dijo. «Y tiró de pluma…».
Espero, pues, que mi buen amigo habrá quedado satisfecho de la transcripción que he hecho de lo relatado por Dionisio Ridruejo. También espero que los que no conocían esta anécdota hayan disfrutado con lo que nos dejó escrito el poeta. No ha sido otro mi deseo.

(*) Publicado en el nº 505 de El Risco de la Nava

No hay comentarios:

Publicar un comentario